martes, 27 de noviembre de 2012


José Guilisasti : El mayor viñatero orgánico del mundo

CHILE : Es “la oveja verde” de la familia más poderosa del vino chileno. Convirtió a Emiliana en una viña orgánica y biodinámica. Espera crecer 50% en los próximos tres años y llegar a 600 mil cajas. Frente a la desconfianza de algunos por el gran tamaño alcanzado responde que los avala la consistencia lograda por su empresa.
Mis hermanos se fueron de la casa cuando cumplieron la mayoría de edad. Eduardo partió al Opus Dei, Rafael se fue a vivir a Peñalolén con los curas del Saint George y se hizo del Mapu. En cambio yo me fui a Mulchén, al campo que pertenecía a mi mamá. Soy el huaso de la familia.
José Guilisasti se ríe con ganas. Es parte de la familia más poderosa del vino chileno. Junto a Alfonso Larraín convirtieron a Concha y Toro en una marca global y responsable de casi un tercio de las ventas de toda la industria local. Sin embargo, José prefiere marcar las diferencias con el resto de sus hermanos.
-Soy la oveja verde.
Y vuelve a soltar una sonora carcajada.
El brazo vitícola
No hay una estadística oficial. Tampoco se trata de que sea un campeonato. Sin embargo, hay pocos que discutan que Emiliana es la mayor viña orgánica del mundo. Según los datos de su memoria de 2011, manejan la producción de 861 hectáreas de parras libres de agroquímicos, a las que hay que sumar 50 hectáreas que están en transición al manejo orgánico.
Desde 1986 José Guilisasti (55) es el líder de Emiliana, primero desde la parte vitícola y hoy como gerente general, se transformó en tal cuando los accionistas de Concha y Toro dividieron la empresa en tres: Viconto se quedó con el área de exportación de fruta fresca, Concha y Toro con la mayor parte de los vinos, especialmente los de alta gama, y Emiliana se enfocó en la producción de vinos varietales y accesibles.
Empezó en la empresa luego de egresar de Agronomía en la Universidad Católica, en 1980, cuando fue llamado por Eduardo Guilisasti Tagle, su papá, para trabajar en el área vitícola de Concha y Toro. Con Pablo Morandé, enólogo de la compañía en ese entonces, se dedicó a buscar zonas de clima frío, ideales para obtener vinos Blancos más frescos.
Pablo Morandé eligió a Casablanca, pero en la compañía no le tuvieron fe, por la falta de agua en la zona. La zona elegida por Concha y Toro fue el sur y José Guilisasti partió a plantar el fundo familiar de Mulchén.
Mientras sus hermanos Eduardo y Rafael se dedicaban a la gestión administrativa y a abrir las exportaciones, José se convirtió en el brazo vitícola de la familia. A fines de los 80 pasó a tener a cargo la gerencia agrícola de Santa Emiliana, conocida como “la viña de los varietales”. En la jerga del negocio el foco  de la empresa estaba en el “entry level”, aquellas botellas de precios accesibles para los consumidores.
Su trabajo entre las parras, sin embargo, comenzó a gestar un cambio a nivel personal, que luego tendría un efecto notable en el futuro de la nueva compañía.
-Como pasaba mucho tiempo trabajando en los campos, llegaba con los ojos rojos a mi casa. Se usaban muchos químicos en ese tiempo en las viñas. Me tocó conocer un par de suicidios con productos que se usaban en las parras. La gente tenía claro que se trabajaba con venenos.
Al “huaso” que llevaba adentro le molestaba que las parras se cuidaran más que los trabajadores. Tanto que se transformó en el impulsor de la introducción del manejo integrado de plagas en Chile a comienzos de los 90.
Luego de varias visitas a las sedes centrales de las principales químicas mundiales y de bastante trabajo en terreno, Guilisasti logró popularizar protocolos que sí lograban el control de enfermedades pero utilizando el mínimo de químicos posible.
Sin embargo, ese fue sólo el primer paso en su transformación como viticultor. Ya había rebajado el límite de agroquímicos. La idea de llegar a un nivel de cero uso comenzó a rondar su cabeza.
Había seguido de cerca la carrera del enólogo Álvaro Espinoza en viña Carmen. El “Polilla”, como es conocido Espinoza, era un bicho raro en el negocio del vino de mediados de los 90.
Espinoza no sólo fue el primer en etiquetar una botella reconociendo que era carmenere, sino que también comenzó a trabajar cuarteles de parras en forma orgánica.
En 1998 Espinoza obtuvo un año sabático para trabajar en la viña californiana Fetzer, una de las pioneras en la producción orgánica. José Guilisasti lo visitó en Estados Unidos y fue testigo de primera mano de como una empresa completa funcionaba sin agroquímicos. Fue el momento en que se definió el futuro de Emiliana.
-Para José no fue fácil darle el cambio que quería a su viña, pues el directorio de la compañía tenía dudas con tomar la opción orgánica. Sin embargo, fue clave su personalidad, pues se mostró decidido, y terminó por convencer a los directores, recuerda Espinoza.
De a poco los campos que José Guilisasti tenía bajo su mando fueron iniciando la transición de agricultura convencional a orgánica.
A ello se sumó que en 2000, Espinoza salió de Carmen, para sacar adelante su viña personal, Antiyal, y apoyar a otras compañías. Guilisasti le pidió que asesorara la transformación de Emiliana.
A mediados de la década del 2000 los primeros vinos orgánicos de la viña comenzaron a salir al mercado. De hecho, su marca pasó de ser Santa Emiliana a Viñedos Orgánicos Emiliana.
La viña comenzó a recibir atención de los medios de comunicación y críticos. La propuesta de José Guilisasti resultó estar en sintonía con la creciente preocupación de los consumidores por el medio ambiente.
“No sólo logramos anticiparnos a una demanda mayor de vinos orgánicos, sino que también logramos anticipar la tendencia hacia una producción y una agricultura sustentable”, reconoció Rafael Guilisasti, presidente del directorio, en la memoria de 2011 de Emiliana.
En la viña subieron un peldaño la exigencia.
De ser orgánicos apostaron para certificarse como biodinámicos.
En téminos simples esa técnica agrícola, heredera del pensamiento del austriaco Rudolf Steiner,  buscar adaptar los trabajos a los ciclos de la naturaleza, considerando que las parras y otros seres vivos del campo deben permanecer en equilibrio.
Un modo de vida
A pesar de que la viña comenzó a roncar en los mercados internacionales, las críticas sobre el proyecto orgánico y biodinámico no se han hecho esperar.
Algunos lo tildan de ser sólo una estrategia comercial, más que una opción de vida, como es lo usual en el movimiento orgánico. Se dice que sólo sería una vía para que Concha y Toro participe del mercado “verde”.
-Si yo estuviera fuera de Emiliana pensaría lo mismo- responde José Guilisasti.
Su argumento en contra es la consistencia que, afirma, ha demostrado Emiliana en la última década.
-Esto no es un tema de marketing. La gente que estámos acá creemos en una agricultura que sea ambiental y socialmente sustentable. Hemos pasado momentos duros en estos años para llegar al nivel que tenemos. Además, aunque hay accionistas que se repiten, no son los mismos de Concha y Toro. De hecho, tenemos  distribuidores internacionales distintos a los de ellos.
Y qué opina Eduardo, el gerente general de Concha y Toro, del camino “verde” de Emiliana.
-Respeta nuestro camino, pero lo entiende como parte de un proyecto particular. No sé si lo ve como válido para una empresa del tamaño de Concha y Toro, explica José.
Otro flanco de Emiliana es su gran tamaño. Este año pretenden cerrar con ventas por 400 mil cajas.
Los proyectos orgánicos, en general, pero los biodinámicos con mayor razón, tienden a ser pequeños, con el viticultor y su familia haciendo casi todo.
-El pensamiento biodinámico nació a partir de la observación de grandes plantaciones, por eso para mí no hay una contradicción en aplicarlo a gran escala en una viña. Además, si lo haces a ese nivel el beneficio para el medioambiente es mayor, argumenta Álvaro Espinoza.
el 2015 en la mira
Para José Guilisasti, el proyecto de Emiliana, aunque ha adquirido un volumen considerable, no está asegurado. Sólo en 2015 cree que se sabrá definitivamente si la transición a vinos orgánicos y de alta calidad es viable económicamente. Hasta ahora los retornos a los accionistas han sido escasos.
La transición a la agricultura orgánica demanda no sólo tiempo, sino que fuertes inversiones. La producción de uva es más costosa, porque deben realizarse muchas más labores manuales por no aplicar químicos a discreción.
A eso hay que agregar el golpe que sognifica el bajo dólar, que al igual que el resto de las viñas ha diluido las ganancias.
Si la trayectoria de aumento de ventas anuales se mantiene, en un trienio más Emiliana debería alcanzar el equilibrio económico al llegar a ventas por 600 mil cajas, un 50% más que en la actualidad.
Mientras que en 2010 la caja promedio de Emiliana alcanzó los US$ 24,3, en 2011 subió a US$ 29,3. La meta es que en 2015 la caja llegue a US$ 35.
Aunque en la actualidad Emiliana ya cuenta con el volumen de vino orgánico para sustentar el aumento, tiene que venderlo a granel, sin que se sepa que es orgánico, a la espera de lograr la demanda suficiente por su vino embotellado.
La cruzada social
La proximidad de la fecha en que el camino orgánico-biodinámico de Emiliana se sustente, no ha vuelto menos inquieto a José Guilisasti. Su última cruzada es social.
-El año pasado este país fue testigo de un grito silencioso. Los estudiantes nos mostraron que muchas cosas no están funcionando bien. El modelo económico ya lleva treinta años instalado y ha funcionado, pero la parte social no ha evolucionado con la misma velocidad. La desigualdad es enorme. Las empresas están muy preocupadas de tener un buen ambiente al interior de ellas. De ahí el éxito de todos los concursos que miden la satisfacción de los trabajadores. ¿Pero qué pasa con la relación de las empresas con las comunidades donde están instaladas? Ahí hay mucho por hacer.
La estrategia de José Guilisasti va por dos caminos. Emiliana tiene un programa de capacitación de todos sus trabajadores, tanto de planta como temporales, en materias propias de sus labores agrícolas como en otras que le permiten mejorar su condición de vida y generar ingresos extras. Además los hijos reciben becas de estudio.
Vía el ingreso fair trade que recibe la compañía, se han instalado a medias desde canchas de fútbol hasta huertos comunitarios en las zonas rurales que están los campos de Emiliana. Eso sí los beneficiarios se hacen cargo de su mantención.
-Lo que se recibe gratis no se valora. Mientras que la gente se compromete de verdad cuando tiene que poner de su propio esfuerzo. De hecho la recepción ha sido fantástica. Incluso de la televisión nos ha pedido mostrar esas actividades, pero me he negado. No se trata de caridad, ni tampoco se puede jugar con la dignidad de las personas. Estoy convencido que Chile tiene un futuro brillante, a pesar del dólar y los costos crecientes que enfrentamos las empresas, pero para alcanzarlo este país tiene que avanzar fuerte en cerrar las brechas sociales.

Insiste en que las empresas deben preocuparse de la relación con las comunidades donde se instalan. “Este país tiene que avanzar fuerte en cerrar las brechas sociales”, dice

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