No tengo duda de que el progreso en el ámbito de la comunicación es extraordinario y constituye una herramienta que contribuirá a mejorar la calidad de vida de muchas personas, al menos eso espero.
Pero como todo tiene su lado oscuro, un pequeño grupo bien organizado y perteneciente al mundo digital, es decir, compuesto mayoritariamente por jóvenes, puede crear un estado de opinión que ni coincide con la mayoría, ni está sustentado en hechos reales, pese a ser abrumadoramente sonoro en virtud de la multiplicación de su mensaje en redes sociales, lo que les da una capacidad de influencia que no se corresponde con su peso real en la sociedad y lleva a que, desde determinadas instancias, pasemos al: “hay que hacerlo porque es lo que quiere la opinión pública”.
Puedo citarles infinidad de casos en todos los ámbitos. El último, acabo de vivirlo en Bruselas, la capital política de Europa, donde he coincidido con un grupo de europarlamentarios que me dicen que los agricultores tenemos que organizarnos para contrarrestar la “movida” que tienen montada los Verdes y afines en el Parlamento Europeo donde, un día sí y otro también, proponen toda clase de medidas supuestamente “progres” en contra de casi todo lo que se mueve.
Ahora le ha tocado el turno al glifosato, probablemente el principio activo del herbicida más utilizado a nivel mundial. De nada sirve que miles de informes técnicos avalen su inocuidad, ni que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) haya emitido un dictamen favorable. Solo basta que en algún recóndito rincón alguien haya sugerido la posibilidad de que sea cancerígeno, no importa en qué condiciones, ni a qué dosis, basta con que alguien desate la fiera para que se inicie la caza y se ponga en marcha la campaña: ¡a por él!
Naturalmente, los gobiernos, asustados por la presión mediática, empiezan a plantear dudas. Así, Alemania -donde los Verdes tienen peso- flaquea y, tras ella, todos los demás se ponen de perfil. La Comisión Europea, falta del liderazgo de otros tiempos, sigue la senda de Pilatos, y es muy probable que acabe lavándose las manos y dejando que los países decidan (esta está siendo su actuación más frecuente en caso de conflicto). Y después vendrá la batalla entre países, con mensajes del tipo: “si lo utilizas, no me envíes tus producciones”. Y finalmente, bajo el conocido recurso para no afrontar el problema, vendrá el llamado “principio de precaución”, y el glifosato acabará como otras de las muchas herramientas que ya fueron injustamente prohibidas al agricultor europeo.
La tantas veces laureada agricultura de conservación, una de las prácticas más eficientes en la lucha contra el cambio climático, se apoya precisamente en la utilización de este herbicida para evitar el laboreo, la erosión y la emisión de CO2 a la atmósfera (agente causante del calentamiento global). Con lo que estaremos dando un enorme paso hacia atrás en la conservación del medio ambiente, el mínimo laboreo y en definitiva, en la propia sostenibilidad de la actividad agraria.
Pero eso poco les importa a estos grupos que nunca miden las consecuencias de sus actos, ni tienen que reconocer errores del pasado, ni sacar adelante sus economías, habrá sido otro triunfo de su “lucha por un mundo mejor”.
Y los agricultores… ¿Qué estamos haciendo? No es una excusa: trabajamos cada día, sacamos adelante nuestras explotaciones en un entorno cada vez más restrictivo, afrontamos prohibiciones y reglas a veces carentes de sentido; nos adecuamos como podemos a las modas del momento y a las exigencias cada vez más altas del mercado, sobrellevamos una burocracia cada vez mayor, en una palabra y como hace tanta gente de otros ámbitos: intentamos sobrevivir.
Mientras tanto, aquellos que nos perdonan la vida cada día con sus inventos y que dan la espalda a la razón y a la ciencia, aquellos que pululan por el Parlamento con su aura de salvadores, cobrando casi siempre a nuestra costa, continúan paseando su mochila por el mundo tan ricamente. Es para volverse locos.
Ha llegado la hora de decir basta, no sólo nosotros, los agrarios, sino todos. Si ya contamos con la legislación más escrupulosa y los mejores científicos del mundo, si tenemos la Autoridad de Seguridad Alimentaria más rigurosa, dejemos que sea ella la que vele por la salud de todos los ciudadanos europeos, que sea la EFSA quien, con criterios científicos decida, si no, ¿Para qué la pagamos? Basta de proclamas sin fundamento, los ciudadanos no son las redes sociales, la razón no la dan ni la quitan los “trending topic”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.