Señoras y señores:
Hace 150 años, un conjunto de pioneros con visión de futuro, dieron inicio al camino, sinuoso pero fructífero, de la Argentina productiva, de la Argentina capaz de albergar a todos los hombres de buena voluntad, que trabajando el suelo y educando a sus hijos en paz, fueran capaces de forjar y afianzar valores genuinos de integración, solidaridad y desarrollo.
No fue otro el temple de los Fundadores de la Patria. La independencia de la Nación, declarada hace dos siglos, sólo puede ser bien celebrada si se entiende como una tarea, cuyos contenidos se renuevan sin cesar, y que plantea, a cada generación de argentinos, un conjunto de desafíos específicos.
Lo que les tocó enfrentar a los Padres Fundadores fue el desafío de crear las condiciones para alcanzar la emancipación nacional de todo poder extranjero. Los desafíos que a nosotros nos tocan son los de recuperar los valores constitucionales, que dan vida y sentido a la democracia republicana, e integrar al mundo una Argentina reconciliada con el cumplimiento de la ley. Lo que hoy nos cabe es optar por el coraje de la convivencia, en desmedro de la cobardía de la fragmentación y la hostilidad entre hermanos; lo que hoy nos cabe es superar la palabra autoritaria en favor de la palabra del diálogo; la vergonzosa injusticia social en favor del desarrollo equitativo, que ponga en pie de igualdad a todos los argentinos en términos de derechos y deberes. Lo que hoy nos cabe es proceder con ética, para que la vida sin ideales ni posibilidades de millones de compatriotas se transforme en una vida personal, familiar, profesional y cívica cabalmente realizada.
¡Basta de grietas! ¡Basta de unitarios contra federales! ¡Basta de radicales contra conservadores! ¡Basta de peronistas contra antiperonistas! ¡Basta de creer que el odio puede abrirnos un porvenir!
Por eso, por todo lo que nos han ofrecido estos ciento cincuenta años de historia, que poco distan de la hora inaugural de la Nación, sabemos que nuestro deber es transformar lo recibido, sea fecundo o infecundo; e infundir nueva vida a las experiencias que nos preceden. Si no se procede así, se dilapida lo recibido. Y sobran evidencias de que es mucho lo que en la Argentina se ha dilapidado.
Saludo….
La Argentina requiere, que a lo largo del tiempo, sepamos discernir cuáles son las conquistas sociales, culturales y políticas que exigen afianzamiento y desarrollo. Educar y educarse significa alentar ese discernimiento; darnos cuenta de qué debemos hacer para legar a los hijos lo que nos llega del pasado, como un bien precioso que debe ser cuidado y enriquecido. Educarse significa aprender a ser hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que el futuro resulte accesible y favorable.
Construyamos entre todos una Argentina donde nuestros niños y jóvenes puedan formarse en escuelas vecinas a sus hogares. Construyamos una Argentina donde las familias del campo no tengan que emigrar a los centros urbanos por falta de trabajo o capacitación. Construyamos una Argentina donde la adquisición del saber no se pague con desarraigo. ¡Que las provincias que han visto nacer a tantos de nuestros hijos no se conviertan en tierra de exilio o emigración!
Estamos convencidos de que los argentinos ganaremos impulso y transparencia en el crecimiento, si no repetimos errores comprobados; si desterramos para siempre el populismo, que es la negación del porvenir; si nos liberamos del apego servil a las demandas y propuestas que no son sino coyunturales, oportunistas y demagógicas; si buscamos en los ideales republicanos esa concepción de la democracia capaz de reconciliar el desarrollo con la justicia social, la capacitación profesional con la dignidad cívica, la competencia laboral con la solidaridad social.
El parlamento hoy ha vuelto a ganar estatura democrática. Hoy las disidencias se tramitan en el marco de la convivencia. Los adversarios no tienen por qué ser enemigos. Es posible disentir dentro de un mismo espíritu republicano. Es posible e indispensable coincidir en un proyecto común de Nación. Ejemplo de esto es la reciente sanción de la llamada Ley de Pymes, con apoyo del oficialismo y la oposición.
Nuestro deber es comprometernos incondicionalmente con el esclarecimiento y el castigo de todos los actos de corrupción que envilecen a nuestra patria y le quitan, con su impunidad, dignidad a nuestra vida. Es imperioso alcanzar, sin dilaciones, la plena independencia del Poder Judicial; ver en acción a jueces probos; contar con organismos de control fuertes; que la transparencia se extienda y se consolide, y que se audite la gestión de los juzgados por parte del Consejo de la Magistratura.
Los que vulneran la justicia mediante el crimen y el robo, roban y matan ilusiones, menoscaban la esperanza y secuestran el futuro de tanta gente que se levanta al alba cada mañana para que su salario los provea de techo, alimento, salud y educación para sus hijos.
Hagamos de la Argentina un hogar digno e irreemplazable, pero que el mundo sea también nuestro escenario. Nuestro potencial agroindustrial nos coloca a la altura de las demandas del planeta en términos de promoción alimentaria e idoneidad tecnológica. Abrirnos al mundo significa, para el Campo, decidirnos a ser lo que podemos ser y lo que debemos ser. Y donde el Campo encuentre provecho, lo encontrará la Argentina. Recordemos siempre que los países no se merecen, los países se construyen.
Por lo tanto, no es a un dirigente o a un partido a quienes brindamos nuestro apoyo, sino a un sistema de ideas y principios, con independencia de quienes gobiernen. Donde ese sistema de ideas y principios tenga lugar, allí estará nuestro respaldo y hacia él se dirigirán nuestras propuestas, seguros de que al exponerlas, estaremos coincidiendo en un mismo concepto de país. Así es ahora y así ha sido antes. Cuando el autoritarismo aspiró a privarnos de nuestros legítimos derechos, el campo supo salir a la calle y expresar, no sólo nuestra resistencia a la prepotencia de un Gobierno, sino también la disconformidad con ella por parte de la mayoría de la sociedad argentina. Y lo hicimos cuando pronunciarse era un riesgo, pero un riesgo que, para nosotros, nunca fue mayor que el de la indignidad.
El Campo habló en respaldo de ese sistema de ideas y principios, que no es otro que el de la democracia republicana. Y lo que empezó siendo, en 2008, una protesta por impuestos arbitrarios, terminó siendo, bajo el liderazgo de la Mesa de Enlace, una exigencia del país para que se devolviera vigencia al mandato constitucional. Por eso, el Campo puede decir hoy, con orgullo, que defendimos algo más fundamental que los intereses de un sector. Defendimos un concepto de país, de convivencia, de igualdad y de legalidad. ¡Defendimos la convicción de que sólo si la ley impera el trabajo prospera!
En los años previos a la elección de diciembre de 2015 no hubo provecho para nada, más que para el delito. A todos se nos quiso enseñar a someternos: se nos quiso enseñar a durar más que a vivir. De la pobreza se hizo un recurso político. Ahora, cuando las cosas han cambiado, quienes han violado la ley tienen que ir presos. No pedimos venganza sino justicia. La justicia lenta, aletargada por el miedo al poder de los intereses perversos, no es Justicia: es complicidad. El saqueo de la República no debe quedar impune, porque esa impunidad equivaldría, una vez más, al triunfo del pasado sobre el futuro. Es hora de que los representantes del Poder Judicial obren en consonancia con lo que saben. ¡Y es mucho lo que saben, desde hace mucho tiempo !.
En el Campo se valora el compromiso; más que a los contratos escritos, se le da mucha importancia a la palabra empeñada. La confianza es la base para estimular la inversión y encarar el riesgo con templanza. Por eso, agradecemos al Presidente de la Nación que haya cumplido su promesa de campaña al eliminar y reducir las retenciones, al haber unificado el tipo de cambio, y que se hayan eliminado las prohibiciones de exportar. Como así también, la salida del cepo cambiario y del default.
En el ciclo 2016-2017, esa confianza ya promovió la inyección de 58.000 millones de dólares en todas las actividades productivas del país, lo que representa 158 millones de dólares por cada uno de los 365 días del año. El 80% de ese dinero se invierte en los pueblos donde producimos, generando empleo formal y, sobre todo, arraigo. Y ello sin olvidar el aumento de la recaudación logrado por medio del impuesto a las ganancias, a los combustibles, al transporte, a los automotores…
En los primeros seis meses de este año, de los 25 productos cuya exportación más creció, 20 corresponden al sector agroindustrial.
Hemos ensanchado el área sembrada en más de dos millones de hectáreas; ya se registra una importante retención de hembras para recuperar el stock ganadero; hemos alcanzado un crecimiento del 32% en la venta de fertilizantes. Ha aumentado sensiblemente la venta de maquinaria, implementos agrícolas y camionetas, generando más empleo formal en la industria automotriz y metalmecánica.
Algunos dicen que esperan las elecciones legislativas del año próximo para saber si habrá gobernabilidad para así definir inversiones. En el campo pensamos que la gobernabilidad de este o cualquier otro gobierno se logra invirtiendo y generando empleo desde el primer momento y sin especulaciones. Por eso decimos con satisfacción que el campo ya arrancó! Y esto es solo el comienzo!
Eso significa que estamos en un escenario apto para el desempeño de los más jóvenes. Que su formación en tecnología de punta puede encontrar en el mundo agroindustrial una oportunidad de desarrollo excepcional.
Dicho todo lo anterior, debemos en este momento detenernos, y dedicar un párrafo aparte a un sector específico de nuestro campo: el sector de la lechería.
Esta es la actividad extensiva que genera más valor por hectárea, la que cuenta con más personas arraigadas en el campo, y aquella cuyo producto se industrializa en su totalidad. En la lechería trabajan alrededor de 90.000 personas. Es un sector de tal eficiencia que permite que tanto los consumidores argentinos como los extranjeros dispongan de productos elaborados con los más altos estándares de calidad.
Hoy, sin embargo, la lechería está sumida en una profunda crisis, y tenemos el deber y el desafío de recuperarla.
Queremos una lechería abierta al mundo y en franca competencia, para lo cual precisamos un Estado presente, que asegure una competencia leal dentro de la cadena, detectando abusos de poder y cartelizaciones, controlando la marginalidad y promoviendo una presión fiscal acorde con las capacidades de la actividad y con su necesidad de instrumentos que le permitan ser cada día más eficiente.
Los productores debemos mantener y liderar la competitividad alcanzada a nivel internacional. Al mismo tiempo, se necesitan estándares similares de eficiencia más allá de la tranquera de los campos. Se necesita que haya una industria competitiva y una apertura comercial, que nos inserten en el mundo y nos pongan en igualdad de condiciones con nuestros competidores.
Así como los actores de la cadena agrícola supimos dar un primer paso para lograr una Ley de Semillas, estamos seguros de que, trabajando de la misma manera, todos nosotros podremos encontrar una solución al problema de la lechería. Y la solución está en la misma cadena.
Son varios los ejemplos de trabajo en equipo. Al igual que la Mesa de Enlace, el Foro de Convergencia Empresarial, y más recientemente la Cadena de Ganados y Carnes, prueban que ha cobrado dimensión colectiva la convicción de que la Nación es una responsabilidad de todos.
El gran desafío que tenemos por delante es ganar competitividad. A medida que se estabilice la moneda, que el financiamiento y la infraestructura sean similares a los de nuestros competidores, que concretemos acuerdos de libre comercio. A medida que desarrollemos herramientas como los seguros multirriesgo, crecerá la actividad ovina en la patagonia, se plantaran más bosques, incrementaremos la producción de energías renovables, florecerán las producciones regionales, en fin, avanzaremos en la cadena de valor generando más empleo en los lugares donde producimos.
Bien se ve, en consecuencia, cuál es nuestro propósito. Lo dijimos aquí el año pasado; volvamos a decirlo en esta ocasión: “¡Vayamos todos!”, y no, “¡Vayamos por todo!” Traemos un mensaje esperanzador que ya no convoca a resistir sino a crecer y desarrollarnos. ¡Que la pobreza se vea superada por el progreso, y que la vergüenza sembrada por unos pocos se vea sepultada por la dignidad encarnada por muchos!
Todo ello se hará realidad, si al sostenimiento de los valores republicanos, unimos el cuidado de nuestro planeta. La Tierra nos pide, a todos los seres humanos, una consideración que hasta hoy no hemos sabido dispensarle. Es hora de aprender a considerarla como lo que es: nuestra casa, la casa en que todos somos huéspedes, no amos. Su porvenir es el nuestro; su destino, nuestro destino.
Las mujeres y los hombres del Campo no dudamos en asumir este compromiso, que no admite aplazamientos. Nuestra decisión es clara: conciliar la producción de la tierra con su conservación. El desafío es bajar emisiones, sin dejar de aumentar la producción de alimentos para una población creciente. Estamos así en condiciones de brindar seguridad alimentaria a millones de personas en el mundo, de un modo sostenible desde los puntos de vista medioambiental, social y económico.
Es imposible hablar de Derechos Humanos si no están garantizadas las condiciones básicas de la subsistencia. Tanto el Planeta como quienes en él ya padecen las consecuencias brutales de su maltrato, son las víctimas de un concepto inequitativo de progreso. El Campo está decidido a apoyar, con su esfuerzo, a quienes anhelan superar esa práctica errónea del desarrollo. Ninguno de nosotros tendrá futuro si no resolvemos esta deuda con el presente. Es hora de actual para que ceda el calentamiento global. Como ha sabido decir el presidente Barak Obama en la Cumbre Climática realizada en París: “No contamos con un plan B, porque no tenemos un Planeta B”.
Celebremos, en este aniversario mayor de la Sociedad Rural Argentina, nuestra vuelta al mundo, produciendo de manera amigable y exigiendo que así se lo haga de aquí en adelante y en todas partes. Celebremos nuestra vuelta al mundo probando que sabemos cumplir con la ley. No sólo para recuperar su confianza, sino también y ante todo para recuperar la confianza en nosotros mismos.
Seamos más libres siendo mejores; seamos mejores cumpliendo con las demandas del trabajo productivo y de la subordinación a la Ley.
Y ello, en nuestro caso, en el caso de las mujeres y hombres del campo, significa que cultivar el suelo es servir al otro,
que cultivar el suelo es lo que da sentido a nuestras vidas,
que cultivar el suelo es servir al país y al mundo.
Es por eso, que cultivando el suelo, seguiremos cultivando el futuro.
Muchas gracias.
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