Si 10 años después te vuelvo a encontrar en algún lugar, no te olvides que soy distinto de aquel, pero casi igual”, reza una de las canciones más conocidas del cantautor argentino Andrés Calamaro.
No son 10 sino 13 los años que pasaron desde la revuelta del campo de 2008, pero hay una coincidencia: el conflicto que se desató ahora, luego de que el Presidente amenazara con subir las retenciones o establecer cupos de exportación ante la suba de los alimentos, tiene muchas aristas que lo hacen “distinto de aquel, pero casi igual”.
La principal diferencia ineludible es el contexto: la pandemia de Covid-19 es un terremoto que desequilibró todos los aspectos de la vida cotidiana, pero que a la vez se aprovecha como explicación de todos los problemas y argumento de todas las decisiones, por polémicas que sean. Como muestra gratis, el senador que llegó al extremo insólito de expresar que “en pandemia no hay derechos”.
Pero extrayendo este factor exógeno, hay varios endógenos que muestran un escenario disímil al de 2008 y que explican por qué, a nivel político, Alberto Fernández tiene más limitaciones que las que tuvo el Gobierno del que formaba parte como jefe de Gabinete cuando se intentó llevar los derechos de exportación hasta el 45 por ciento.
En aquel entonces, todas las flechas de la economía apuntaban hacia arriba: Argentina todavía disfrutaba de superávits gemelos (comercial y fiscal), la pobreza se había reducido y el empleo había mejorado tras la debacle de 2001 y 2002, y la inflación era recién un pequeño copo de nieve, no el alud que sufren los argentinos en la actualidad.
Asimismo, un aspecto relevante del análisis es que el peso del agro en la generación de divisas era menor: en 2007, el 56,6 por ciento de los dólares habían sido aportados por el campo y la agroindustria y el 31 por ciento por las manufacturas industriales; el año pasado, la relación fue de 69,2 por ciento y 24,3 por ciento, respectivamente. Según los datos históricos del Indec, la mayor participación del agro desde 1988 y la menor de la industria desde 1986. En resumidas cuentas, significa que el Gobierno tiene menos fuerzas que hace 13 años para cinchar contra su principal fuente de divisas.
Existe hoy también mayor debilidad desde el punto de vista político: en 2008, Cristina Fernández intentó el avance sobre la rentabilidad de los productores tras haber ganado la presidencia con el 45 por ciento de los votos, con 22 puntos de diferencia sobre su inmediata perseguidora, Elisa Carrió.
Alberto Fernández no sólo que triunfó en 2019 por un margen mucho más escaso, sino que el deterioro de los indicadores económicos y sociales lo ponen en un escenario de fragilidad para enfrentarse a un sector que, además, tiene el músculo fortalecido. En 2008, la Mesa de Enlace tuvo que armarse en cuestión de días y aprender los gajes del oficio político; ahora ya está entrenada para estos menesteres y hasta los productores autoconvocados se organizan por Whatsapp.
Casi igual
En lo que respecta a las similitudes, no hay mucho para descubrir: nuevamente el debate enciende la mecha cuando explotan los precios de las commodities. La carrera alcista de la soja y el maíz en los últimos meses es casi calcada a la tendencia de 2008 y sólo cambió la excusa discursiva: antes era la recaudación; hoy es la inflación.
Lo otro parecido es el interlocutor: “No puede ser que sea esta la misma discusión que tuve años atrás”, dijo esta semana el Presidente que hace 13 años atrás era el jefe de Gabinete que todas las semanas se reunía con el ruralismo.
Una discusión que arrancó mostrando los dientes. “Si la casualidad nos vuelve a juntar 10 años después, algo se va a incendiar, no voy a mostrar mi lado cortés”, le cantó Fernández al campo otra estrofa de la misma canción de Calamaro.
La respuesta de un agro ya preparado para estos debates salió también de esa composición: “Si tu credulidad se deterioró en algún lugar, no te olvides que soy testigo casual de tu soledad”.
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