Las dos principales potencias del mundo, China y Estados Unidos, se encuentran enfrascados en una guerra. No emplean misiles ni bombas nucleares, sino algo mucho más efectivo para afectar económicamente al país contrincante: los aranceles.
Primero, el gobierno de Donald Trump impuso un arancel del 25% a todo producto importado de China. Como represalia, Xi Jinping hizo lo mismo para todos los bienes importados de Estados Unidos. Uno de los productos afectados por esta medida fue la soya, que es empleada en la elaboración de alimentos para animales por ser rica en proteínas y grasas y tener un bajo costo, reporta El Comercio.
China es el más grande importador de soya a nivel mundial y, hasta el año 2017, lo hacía principalmente de tres países: Brasil (50%), Estados Unidos (35%) y Argentina (10%). El año pasado, debido a los aranceles, las importaciones de soya procedente de Estados Unidos se redujeron casi un 50%.
Para China, una reducción del 2% en total de soya empleada en la alimentación de animales daría lugar a que el país produzca 10 millones de toneladas menos de carne cada año. Por esta razón, la demanda no cubierta se ha trasladado a Brasil y Argentina.
No es la primera vez que esto ocurre. En la década de 1980, en plena guerra fría, Estados Unidos prohibió la exportación de soya a la Unión Soviética (hoy Rusia). Los soviéticos empezaron a buscar soya de otros países y la alternativa fue Brasil. Si bien la prohibición solo duró un año, los rusos ya no importaron más soya de Estados Unidos.
Desde ese momento, Brasil empezó a cultivar cada vez más soya. De unas 10 millones de hectáreas sembradas a fines de la década de 1980 pasaron a más de 24 millones en el 2010. La ganadería fue desplazada desde la sabana del sur del Cerrado hacia la Amazonía, lo que causó la pérdida de millones de hectáreas de bosques.
Casi la cuarta parte de la deforestación anual de la Amazonía brasilera se debía a la expansión del cultivo de soya, hasta que en el año 2006 se instauró una ley que prohibía la compra de los granos que provenían de zonas deforestadas. Sin embargo, esta nueva guerra comercial entre Estados unidos y China y las políticas económicas del presidente Bolsonaro pueden revertir esta situación y agravarla.
Un estudio analiza dos posibles escenarios sobre el futuro de la soya en Brasil. El primero asume que Brasil se haga cargo de satisfacer las 22,6 a 36,7 millones de toneladas que China está dejando de importar de Estados Unidos. Tomando en cuenta los rendimientos (toneladas por hectárea) actuales, Brasil debería sembrar 13 millones de hectáreas más de soya. ¿Cuántas serían a costa de los bosques amazónicos?
Un segundo escenario asume que la demanda se traslade a otros países. En este caso, Brasil igual debería incrementar el área sembrada con soya en 5,7 millones de hectáreas.
Algo que no se está tomando en cuenta es que al aumentar el área de cultivo de soya, también lo hacen los productos asociados, como son los fertilizantes y los plaguicidas. Mientras que en Estados Unidos y Canadá se usan 60 Kg de fertilizante por hectárea, en los suelos tropicales pobres en nutrientes de Brasil se requiere de casi 170 Kg. A esto se le suman los miles de litros adicionales de herbicidas como el glifosato que es empleado en el cultivo de la soya transgénica.
Y ¿por qué los chinos no cultivan su propia soya para suplir esta demanda? Porque tendrían que destinar 13 millones de hectáreas (que no tienen) a su siembra. Por el contrario, cada año se siembra menos soya en China debido a que les sale más caro producirlo que importarlo. A los agricultores no les resulta rentable y prefieren destinar sus tierras a otros productos.
Por otro lado, no es una opción para los brasileños cambiar las áreas destinadas al cultivo de maíz (que usan como forraje) y de caña de azúcar (que usan para la producción de biocombustible) para sembrar soya.
Si se quiere aumentar la producción de soya sin deforestar más bosques se debe incrementar los rendimientos de este cultivo. Producir una tonelada más por hectárea. Para ello, la biotecnología podría ser parte de la solución y se debe invertir en ella, mejorando la comunicación de sus beneficios al público general.
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