sábado, 29 de mayo de 2010

Elogio a la miseria












Mientras exista en la Argentina una mayoría social que deposite en el poder a quienes defienden la pobreza y hacen culto de la escasez, no cabe esperar otro futuro que no sea el de la expansión de la penuria y la estrechez.

«Un homenaje al padre Carlos Mugica, asesinado en 1974, y la apertura de un nuevo centro de información judicial en el barrio sirvieron ayer para que la presidenta Cristina Kirchner reivindicara llamativamente la expansión de la villa 31 como parte de su política económica.
“La transformación que ha experimentado este espacio, que se traduce en ladrillos, en construcción de mampostería, en chapas, implica y expresa la profunda transformación que ha tenido el país en estos años”, sostuvo la jefa del Estado, ayer al mediodía, rodeada de los curas que trabajan en los barrios de emergencia y que hicieron, como todos los años, un acto en memoria de Mugica.»

Los precedentes son párrafos extraídos de la crónica del diario La Nación del martes 11 de mayo.

Resulta francamente sorprendente que la Presidente se exprese de este modo en el centro de un asentamiento irregular -cuando no directamente ilegal- en el que, al lado de abnegados y sufridos trabajadores, se ocultan delincuentes, traficantes, asaltantes que encañonan con sus armas a los atrapados automovilistas de la autopista Illia, a la que acceden por el mero hecho de saltar el guardrail.

La propia gente honrada del lugar es la que primero debe sufrir el compartir ese espacio con las peores franjas de la delincuencia urbana. ¿Qué se propone la Presidente?, ¿qué mensaje quiere trasmitir?, ¿qué señales quiere dar la máxima autoridad del país? ¿Que apropiarse de un lugar y asentarse allí para vivir en condiciones infrahumanas es lo que se estimula en este país?, ¿se quiere insinuar?, ¿que eso está bien, que se trata de una meta perseguible, de un objetivo socialmente aceptable y hasta deseable?

Resulta patético que la construcción de “torres” de ladrillos en condiciones de inseguridad total, que el amontonamiento de chapas –en un reflejo de la poca dignidad que se le puede reconocer al ser humano– pueda convertirse en un nuevo índice para medir el éxito de una política económica.

Hay que tener horizontes muy bajos para pretender conformarse con el crecimiento amorfo de un asentamiento sin los más elementales servicios de la vida moderna, empezando por los que tienen que ver con el agua y la electricidad segura y el tratamiento de las aguas servidas como corresponde.

El elogio a la miseria debe ser de las ofensas más gratuitas para un pueblo realmente trabajador. Es considerar que eso es lo digno para ellos; es el establecimiento de un límite a los sueños; a los sueños de vivir no solo en la legalidad, sino en la riqueza.

Ese canto al oprobio, a la irregularidad, a la aceptación de lo que no puede ser, a elevar a la categoría de ejemplo a aquello que debería avergonzarnos, es una de las señales más profundas de hasta dónde ha calado la inversión de los valores en la Argentina. De repente lo que debería ser motivo de vergüenza y del más amplio compromiso para terminar con ello, es señalado como un modelo que revela el éxito de una política… Es el mundo al revés.

Pero parecería que los que hablan así se llevan el endoso electoral de esa gente sufrida que, al contrario, probablemente entienda que los que nos expresamos como lo hace el sentido de esta columna, somos los “impopulares” que por “terminar con la villa” entendemos “terminar con los villeros”.

Está claro que por si por “terminar con los villeros” entendemos acabar con una condición indigna que hunde en lo peor del ser humano a las personas que lamentablemente sufren esa condición, pues sí, claro, la idea debería ser terminar con los villeros. En el horizonte del país que vislumbra el verdadero “progresismo” (ese que del progresismo lo que extrae es el progreso y no la estupidez) no hay “villeros” porque no hay villas. En ese país soñado hay abundancia, afluencia, trabajo, condiciones dignas de vivienda. Pero las hay porque hay gente que la busca, que quiere trabajar, que persigue la felicidad de la abundancia y no la demagogia del “pobrismo”. Hay gente que no permitiría que su presidente elogie una villa miseria.

Mientras exista en la Argentina una mayoría social que deposite en el poder a los elogiadores de la miseria y a los defensores del pobrismo, no cabe esperar otro futuro que no sea el de la expansión de las villas y la multiplicación de los villeros… Eso sí: su techo ya no será de cartón sino de ladrillos, y muy orgullosos deberemos estar de que así sea. © www.economiaparatodos.com.ar

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