Rutas peligrosas y angostas, camiones envejecidos, ramales ferroviarios vetustos, escasa conectividad. El panorama descripto es común a todo el interior agropecuario y contrasta fuertemente con otra cara de la realidad del campo: el empuje y el grado de avance tecnológico que la producción tuvo en las últimas décadas. Efectivamente, pese a tener la infraestructura de [...]
utas peligrosas y angostas, camiones envejecidos, ramales ferroviarios vetustos, escasa conectividad. El panorama descripto es común a todo el interior agropecuario y contrasta fuertemente con otra cara de la realidad del campo: el empuje y el grado de avance tecnológico que la producción tuvo en las últimas décadas.
Efectivamente, pese a tener la infraestructura de un país subdesarrollado, los chacareros argentinos hemos podido duplicar el área de siembra nacional y aumentar la productividad a niveles nunca antes vistos en sólo dos décadas, logrando una agricultura del Primer Mundo. Un logro que fue muy difícil de alcanzar debido a las políticas impositivas discriminatorias hacia la actividad, que funcionaron y funcionan como un inmenso contrapeso al vigoroso aumento de los precios internacionales de los productos.
Puede decirse entonces que, casi sin infraestructura en el sentido convencional de esta palabra, la producción argentina despegó sobre la base de otros factores, que llamaremos “la otra infraestructura”, compuesta por una serie de instituciones, modelos y adaptaciones del sistema productivo clásico a la realidad nacional.
Uno de los ejemplos de esta “otra infraestructura” eficiente es nuestro sistema de comercio de granos, que pese a estar intervenido y manipulado desde el Gobierno, conserva un sistema de contratos cuyo cumplimiento supera el 99,5% de las operaciones entre las partes, con un muy bajo índice de conflictividad. Esto asegura un marco comercial que hace fluir las transacciones de granos y la financiación de la actividad, generando los necesarios vínculos comerciales a través de los mercados institucionales. Atados a este sistema, los puertos argentinos y el polo aceitero también son un ejemplo de inversión y eficiencia en comparación con otros países productores y competidores.
El siguiente ejemplo es la figura casi singular del contratista rural argentino, con capacidad de utilizar en forma más que eficiente la más sofisticada maquinaria agrícola, adaptando y propagando rápidamente los avances tecnológicos. Los 32 millones de hectáreas agrícolas que siembran los contratistas rurales o los propietarios de campo se manejan con una eficiencia que no se da en otros países del mundo.
Otro destacado actor de “la otra infraestructura” son las industrias de fitosanitarios, genética y biotecnología, que con un nivel de 23,9 millones de hectáreas sembradas con diversos avances biotecnológicos ayudaron a lograr una notable suba en los rendimientos y a disminuir más de 40 veces el impacto ambiental de los paquetes tecnológicos aplicados en menos de tres décadas.
Vinculados a estas industrias y los avances que lograron, también están los grupos de productores organizados institucionalmente, que contribuyeron a la transferencia masiva de tecnologías de insumos y de procesos, logrando propagar, junto a técnicos y profesionales, experiencias que asombran a los productores del resto de los países del mundo.
No podemos olvidar tampoco como ejemplo de nuestra “otra infraestructura” a las instituciones gremiales representativas del agro, que funcionan canalizando propuestas de la producción, y a las asociaciones de cadena, que en una tarea desafiante buscan contemporizar intereses y fuerzas de distintos actores de la cadena agroindustrial.
La banca privada y estatal también tiene un rol importante en el eficiente esquema de producción local, ya que ha diseñado sistemas de financiamiento que son un apoyo constante a la actividad productiva, pese a no llegar al 100% de los productores y no tener líneas crediticias de envergadura para proyectos a largo plazo.
También podemos mencionar la “agricultura para no agricultores”, que a través de empresas de siembra y red de contratos y asociaciones ha vehiculizado un flujo de inversiones que nunca antes había tenido la producción local. Un rubro que tiene luces y sombras, pero que ayudó a acercar al inversor no agropecuario al negocio, permitiendo que en cada lote agrícola siempre haya un oferente interesado en producir.
Finalmente, no podemos olvidar detalles no menores, como la tecnología del silo plástico o silobolsa, sin el cual no podríamos manejar la logística de las 100 millones de toneladas de cosecha.
Todos estos ejemplos son los que en definitiva mantienen la actividad agropecuaria funcionando, como una columna sana que sostiene un gran edificio. Claro que de no contar en forma inmediata con un plan de inversión de obra pública de largo plazo, el límite al crecimiento y expansión de la actividad se va a ir frenando indefectiblemente, y ya estamos viendo las primeras señales de un freno al ímpetu que las producciones de los principales cultivos y la ganadería tenían pocos años atrás.
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