jueves, 6 de septiembre de 2018

Agro Argentino: entre la modernización y la sustentabilidad


La producción agrícola tiene en su seno una gran vulnerabilidad ya que depende, en gran medida, de elementos naturales como el mal tiempo y las enfermedades que pueden afectar tanto a los cultivos como a los animales. Los obstáculos a los que se enfrenta este sector se han ido superando a lo largo del tiempo, […]
La producción agrícola tiene en su seno una gran vulnerabilidad ya que depende, en gran medida, de elementos naturales como el mal tiempo y las enfermedades que pueden afectar tanto a los cultivos como a los animales. Los obstáculos a los que se enfrenta este sector se han ido superando a lo largo del tiempo, gracias a la innovación y a la modernización. A lo largo de este recorrido, el surgimiento de nuevas tecnologías ha ido abriendo nuevos caminos que han llevado al agro a alcanzar grandes avances. Sin embargo, mientras las necesidades de la población siguen evolucionando, los desafíos se hacen aún más grandes.
El sistema agrario tal como se lo conoce hoy en día le debe gran parte de su evolución al desarrollo de nuevas tecnologías. Este sector, que juega un papel fundamental en la economía del país, está pendiente de las tendencias mundiales, para reinventarse. Estas tendencias no solo están relacionadas a la innovación, sino también a conceptos claves que impactan directamente a la industria. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con el concepto de sustentabilidad, que tanto influye en las prácticas agrícolas. Mientras el sector agrario se pregunta cómo producir más, también se cuestiona cómo hacerlo con el menor impacto posible para el medio ambiente. Un tema que, en el último tiempo, ha calado hondo, tras la ola de críticas hacia ciertas herramientas de trabajo indispensables para los productores, como lo son los agroquímicos. Con especial énfasis, en la utilización del glifosato.
Si bien algunos creen que el uso de agroquímicos va en contra de la sustentabilidad, la realidad es que estos productos han permitido cambiar los modelos previos de producción, que generaban un fuerte impacto ambiental. Sin ir más lejos, el modelo actual con el que se siembra en el 95% de la superficie agrícola argentina, no hubiese podido implementarse sin el uso de agroquímicos. La siembra directa, como se conoce a este sistema, surgió como una alternativa eficaz frente a la erosión que generaban las labranzas. De esta manera, se logró revertir el exceso de arados e instrumentos, que demandaban una gran potencia y que generaban un alto consumo de gasoil. El alto impacto que generaban las labranzas, en paralelo al incremento de la concientización ambiental, generó una urgencia para virar hacia nuevos sistemas. Aquella agricultura tradicional, que en su momento parecía ser la única solución posible, debió ser reemplazada para evitar que se profundizara la erosión hídrica y eólica.
Escuchando esa necesidad de respetar el medio ambiente, Argentina se convirtió en uno de los países referentes en materia de siembra directa. Y ahora, el país vuelve a plantearse cómo evolucionar, para lograr que las prácticas agrícolas se alineen con la sustentabilidad. Aunque este punto genera controversias, ya que para algunos esto significa, por ejemplo, sacar a los agroquímicos del sistema productivo argentino. Una concepción errada, que gana terreno debido a la falta de información que existe con respecto a estos productos.
Los agroquímicos son justamente los que permitieron que se diera lugar al desarrollo de la siembra directa. Y mientras algunos consideran que estos deben ser prohibidos, en realidad lo que debe hacerse es controlar su uso. Los conceptos erróneos que existen con respecto a estos productos son claros. Por ejemplo, si se toma en consideración el caso del glifosato, se puede ver cómo operan estas creencias infundadas. Este herbicida, popularmente conocido, es acusado de causar cáncer. Si bien no existe evidencia científica que establezca que existe un vínculo entre este herbicida y la enfermedad mencionada, muchos consideran todavía, que el glifosato debería estar prohibido. Lo que obliga a los productores a justificar la utilización de este herbicida y defender así a una de sus herramientas de trabajo. Dicha justificación viene de la mano de numerosos estudios como los realizados por la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria y la Organización Mundial de la Salud en conjunto con la ONU, que concluyeron que el glifosato es seguro para la salud humana y que no existen lazos entre el herbicida y el cáncer.
Ahora bien, si finalmente se prohibiera la utilización de agroquímicos en el país, se dejaría al azar la suerte que correrían los suelos argentinos. Porque si bien hasta ahora, la propuesta que se escucha es la de prohibir estos productos, todavía no se ha escuchado cómo se reemplazarían los mismos. O acaso, pensarán que se debe volver a la agricultura de labranzas, que no hace más que destruir la materia orgánica. Lo cierto es que no hay un panorama concreto, salvo un marcado retroceso en el tiempo.
Estamos en un momento clave para desplegar innovaciones que permitan disrumpir el sector. No se trata de volver hacia atrás, sino de mirar hacia adelante y darle lugar a los sistemas que abren camino para asentarse en el sector. El Internet de las cosas, el Big Data y la Inteligencia Artificial ya están marcando los pasos de la industria, que lucha por no quedarse en el tiempo. Tan solo basta con ver las últimas exposiciones que se llevaron a cabo en el país, para ver que Argentina es pionera en la utilización de maquinarias y de tecnologías. En el campo ya se pueden ver drones y satélites que mejoran el rendimiento, como así también, equipos interconectados que ayudan a procesar la información en menos tiempo. Sin embargo, mientras que algunos empujen para atrás, ese salto será difícil de alcanzar. Prohibir, es cortarle las alas a un sector que tiene aún mucho para dar.

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