El gobierno finalmente dio respuesta a la proclama del agro, las famosas “mochilas”. Lo hizo con moderación, excesivo respeto y apostando una vez más al diálogo, al razonamiento y al sano intercambio de ideas.
De esas “10 mochilas del agro”, 9 mochilas son económicas y solo 1 de ella es social (los prejuicios). Más allá de todo lo que se diga es un conflicto esencialmente económico que tiene como subproducto aspectos políticos derivados y como telón de fondo una historia que da marco a la cuestión. Pongámonos la mochila al hombro y analicemos si -hablando en términos boxísticos- es un peso pesado, un peso welter o un peso mosca.
El dólar barato y una inflación que presiona al alza son las primeras dos mochilas. Un estornudo de Donald Trump o de Xi Jinping hace temblar la tierra literalmente. Lo peor es que habitualmente estornudan, disfrutan del ejercicio generalmente matinal, no se ponen pañuelo esparciendo sus bacterias por el planeta y la dirección del estornudo no está clara. En ese clima de confusión y con una tasa internacional aún en niveles bajos, la volatilidad del dólar es el antídoto. Un dólar de humor cambiante, pero a la baja es la tendencia de los últimos tiempos, si es que podemos trazar una tendencia.
Hablar de “retraso cambiario”, “atraso cambiario” o “dólar a la baja” parece querer emular la década del 90 y la época del trío Lacalle-Menem-Henrique Cardoso, cuando el dólar fue ancla de la economía; es decir: se fijaba su valor y todas las demás variables se movían en función de ese ancla. No había problemas de competitividad ya que el 80% de las transacciones se realizaba entre Uruguay, Brasil y Argentina, se vendían y se compraban entre ellos. En definitiva, un modelo cerrado de economía en el que simplemente se habían ampliado las fronteras. El día que cayó Brasil, los otros dos países se cayeron a pedazos detrás de él. La ilusión óptica se develó y la realidad nos golpeó fuerte contra el piso.
Uruguay hoy tiene una política de libre flotación de la moneda dólar. A efectos de dar previsibilidad al Tipo de Cambio evitando subidas y bajadas bruscas y ganar en competitividad fundamentalmente en el sector exportador, el BCU “interviene” en el mercado. Mario Bergara, presidente del Banco Central nos informa que se aplicaron unos 4.000 millones de dólares en el año, una cifra que al sector agropecuario parece pasarle inadvertida. La inflación si es menor al 10% se considera aceptable tomando en cuenta el contexto internacional de Latinoamérica, fuera de ese guarismo solo Argentina y Venezuela. Uruguay tiene presiones al alza pero se las ha ingeniado para estar siempre por debajo de ese guarismo. Hemos hecho los deberes.
El aumento de los impuestos y su variable el aumento de las tarifas públicas aparecen como otras mochilas del productor. El cangrejo debajo de la piedra son las mega-inversiones. El seguro candidato presidencial del Partido Colorado Ec. Ernesto Talvi planteó “múltiples UPM”, generalizar los mega-beneficios de las pasteras a todos los pequeños y medianos productores. Suena “fantástico”, pero acaso ¿está pensando en crear 30, 40 mil zonas francas? Todos sabemos que eso es imposible, en realidad es una manera edulcorada de decir que se exonere al agro de todo tipo de impuestos, la restauración de los 90.
Mediante fictos, montos no imponibles, exoneraciones y elucubraciones kafkianas el agro no pagaba o contribuía muy poco a las arcas nacionales, esto cambió a partir de 2005 cuando todos los sectores realizan su aporte al erario público no en función de la actividad que realiza sino en función de su capacidad productiva. Justicia social creo que le llaman, es difícil de digerir, es bravo acostumbrarse, pero no solo es lo que hace el Uruguay, es lo que hace el mundo civilizado.
Las tarifas públicas es verdad. Hay margen para la baja sobre todo en UTE que viene realizando una excelente labor pero…¿y cuando las cosas son al revés? ¿cuando las tarifas tienen que subir y el Estado hace un gran esfuerzo para que no ocurra? ¿y cuando le pedimos a los entes del Estado que contribuyan anualmente -además de los impuestos- con grandes y planificadas transferencias al fisco?
Estamos de acuerdo que quizás deberíamos realizar un gran acuerdo para que las tarifas públicas reflejen los costos de la empresa, pero esto no puede ser un menú a la carta o liberalismo a conveniencia. Debemos asumirlo cuando juega a nuestro favor y cuando juega en nuestra contra. ¿El agro aceptaría algo así?
La desvalorización de la tierra es según los autoconvocados “otra mochila”. La verdad: nunca en tan corto período de tiempo la tierra tuvo un aumento tan espectacular como en esta década. Se ha multiplicado su valor a veces hasta por diez. ¡Quisiera yo tener algunas hectáreas para revender! Si algún reproche tengo a mi mamá es que nunca me supo explicar bien este negocio. Podrá, en este momento particular, tener algún valor a la baja ya que son muchos los factores que juegan en el precio de la tierra, pero no parece serio este planteo.
La falta de acceso a los mercados internacionales es otro reclamo. Justamente si alguna cosa se ponderaba de la labor del ex ministro de Ganadería Aguerre era la apertura de mercados, un trabajo sin cesar que ocupó gran parte de su tiempo y de sus desvelos. Quizás los resultados finales fueron modestos, quizás esos sean los tiempos internacionales que no encajan con la vida doméstica, quizás haya existido alguna duda o falta de convicción para la firma de acuerdos comerciales con otros países.
Hay otras mochilas de la actividad agropecuaria, ausentes en la proclama que quizás sea oportuno poner arriba de la mesa y que están escasamente presente en el debate nacional. Algunos dirán la propiedad, en lo personal no veo que sea este el mayor motivo de los desvelos, sino que lo más trascendente es el uso que le damos al factor tierra.
La aplicación de tecnologías de punta en todo el proceso productivo agropecuario, la asunción de altos niveles de calidad y exigencia adaptado a los máximos estándares internacionales del producto final del agro, la preservación del medio ambiente y el reordenamiento territorial de las actividades agropecuarias para una convivencia sana de la diversidad de actores en el agro, aparecen como el mayor motivo de preocupaciones. Si usás bien la tierra, la propiedad concentrada puede ser un problema, pero de menor escala. Razonando en contrario, si tenés una propiedad muy equitativa pero el uso de la tierra es sin tecnología, sin inversión, con un mal producto final que no se adapta al mercado internacional, allí los problemas son serios de verdad y el Uruguay entero está en problemas.
El nuevo mundo que se viene reclama excelencia, alta productividad y eficiencia que va de la mano de la inversión en tecnología. El planteo de los autoconvocados de que “la trazabilidad no sirvió para nada” y que “solo aumentó la burocracia” sorprende, parece que no vemos el mundo real. La realidad es que se ganaron muchos mercados por ello y quizás de haber ganado pocos o directamente ninguno, fue la forma de no perderlos y mantenerse en el alto. No advertir esto es repensar seriamente si este es el empresariado nacional que necesitamos para el desarrollo del país o debemos apostar a otro tipo o formatos de productores. La pregunta es legítima y a veces lamentablemente se contesta sola.
Otra mochila del agro no explicitada son los Arrieta. Es hora de diferenciar a los productores agropecuarios (empresas o familias) de aquellas personas que viven en las áreas rurales pero que en realidad necesitan asistencia social, no competitividad. Se confunden en la maleza, distorsionan los planteos y son parte de otra problemática (además en este caso falta de valores y educación). No por vivir en una ciudad soy necesariamente un empresario que necesito competitividad, puedo ser un jornalero en una fábrica, trabajar en una zona franca o vivir en un asentamiento. Cada uno tiene una casuística diferente.
Las mochilas del agro tienen un alto componente de imprecisiones y de subjetividades. Las mochilas que podríamos plantear como reales no son un problema exclusivo de la actividad sino del Uruguay en su conjunto y hay otras mochilas que están y que se vienen que no se advierten o no tienen la fuerza y la impronta que se necesita.
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