martes, 3 de septiembre de 2013

Rusia, Monsanto y millones de ausentes

Especial para RMN. El colapso de millones de abejas dejó a varias estados, organizaciones, movimientos, sociedades civiles, investigadores, entre otros, curiosos y expectantes. Sin embargo, la comunidad en general tomó la noticia como una más, sin saber con certezas los problemas ecológicos o geopolíticos que esta catástrofe anticipa. 

Fueron millones de abejas las que murieron en un colapso, que pudiendo o no ser consecuencia directa de los transgénicos de Monsanto, nos muestran cómo una especie puede rápidamente verse en riesgo en los tiempos modernos. 

Este evento aparentemente singular y poco común debe ser alertador para toda la humanidad, los estados que gobiernan y las distintas instituciones estatales y no gubernamentales. 

Las nuevas revoluciones tecnológicas (encabezadas primeramente por la revolución biotecnológica, la manipulación genética y el auge de la nueva manipulación a la nanoescala o molecular) han generado una aceleración sin precedentes en aparición de nuevos materiales, vegetales, alimentos, que, hasta el momento, no habían sido consumidos por la humanidad u otras especies. 

Esta nueva era está marcada por la mal denominada “revolución del conocimiento” que, en realidad, no es otra cosa que una revolución tecnológica, una revolución de la industria mediática y el punto de inflexión en el que se comienzan a redefinir las nuevas sociedades y su posición en el globo, sus relaciones sociales, económicas y características humanas. 

Esta revolución tecnológica esta motorizada por la acumulación de capital en base a la manipulación a escala biológica, molecular y atómica de nuevos productos, complementada por su rápida incorporación al mercado de consumo, que tornan la competencia económica de las grandes corporaciones en una competencia tecno-industrial. 

Es claro que la humanidad, como sistema biológico y social, no está en condiciones de evolucionar al ritmo de las nuevas tecnologías; menos aún, de asimilarlas positivamente. Debemos ser conscientes de que existe una alta probabilidad, y cada vez mayor, de que se geste algún fenómeno particular y negativo producto de las nuevas tecnologías, al que el humano no se encuentre preparado de afrontar en términos biológicos. 

Esto podría derivar en un colapso de la humanidad, o, cuanto menos, una perturbación irreversible en nuestra evolución como especie. Más aún, si consideramos cómo la cantidad de aglomeraciones urbanas, concentración de poblaciones, facilidades de transporte de personas de un lugar a otro, entre otros factores, hacen de la sociedad a escala planetaria un sistema fácilmente percolable, es decir atravesable de un extremo a otro por algún fenómeno determinado. 

Como si no fuera preocupante, estos nuevos productos de consumo masivo, ya sea de alimentación, placer, entretenimiento o lo que fuera, con tecnologías no debidamente probadas, son incorporados en distintos lugares del planeta, lo que favorece aún más una posible catástrofe, en caso de que no estemos en condiciones de afrontar como sistema biológico lo que estamos construyendo como sociedad. 

Existe una falsa hipótesis y un subjetivo constituido en la sociedad en general -y en la comunidad científica en particular- de que, debido a que como las tecnologías son generadas por el ser humano, también el humano estaría en condiciones de neutralizar cualquier potencial catástrofe generada por estas nuevas tecnologías. 

Esta falacia no solo es descabellada, infundada e ingenua, sin ninguna base o sustento científico; este postulado no es otra cosa que el máximo exponente de la soberbia de un sector de la población académica, la manipulación de los sectores financieros, los intereses de las corporaciones mediáticas mundiales y la falta de conocimiento de la sociedad en su conjunto. 

Es indiscutible que los avances tecnológicos que ha generado la humanidad son sorprendentes y hasta en muchos aspectos positivos. Sin embargo estos avances se han obtenido con una baja inversión de los estados en el estudio de riesgos y/o consecuencias. 

Es decir, las universidades y los institutos de investigación investigan en nuevos productos, pero la inversión en el análisis de sus consecuencias, en la mayoría de los casos, es nula o prácticamente nula. Esto tiene sentido si consideramos que los estados están estructurados y diseñados por los dueños del capital, y que en las sociedades de consumo en las que nos someten a vivir lo rentable es producir y no garantizar la seguridad colectiva. 

Sumado a eso, desde el punto de vista de la competitividad y la relación estado-empresa, es preferible invertir en nuevos productos abaratando costos en lo que refiera al estudio o control de los riesgos que ellos puedan producir. 

Más aún, los medios masivos de comunicación han desarrollado un discurso hegemónico que gira en torno a la inexistencia de datos que demuestren los posibles riesgos de los nuevos productos que circulan en el mercado. Información que no existe, lógicamente, porque no se investiga al respecto (debido a la ausencia de inversión en el rubro). 

De esta manera se hace una apuesta, y en el caso de que exista riesgo alguno de estas nuevas tecnologías, será in situ, es decir, serán algunas sociedades que asumirán los posibles riesgos mediante el consumo directo. 

Sí: determinadas sociedades, aquellas cuyos estados sean más corruptos, neo colonizados, manipulables. Serán estos estados y sus sociedades los que sean sometidos a los experimentos de las nuevas tecnologías. Así como fueron y son expoliados de sus recursos naturales, llevados a la máxima de las pobrezas, hoy son y serán los laboratorios para probar productos de la nueva revolución tecnológica. 

Revolución que va desde el maíz de Monsanto hasta los nuevos experimentos de manipulación sociopolítica a través de las redes sociales como Facebook y Twitter, instrumentados por la CIA y sus agencias tercerizadas, como se demostró desde el 2011 hasta la actualidad en el Oriente Árabe. 

Monsanto, con la manipulación genética (la incorporación de productos de consumo masivo genéticamente modificados con el único objetivo de monopolizar el mercado de lo que comemos), le ha declarado una guerra a la especie. Más recientemente, en su nueva avanzada y a partir de determinados bloqueos a la gran multinacional en algunos estados que comienzan a percibir la consecuencias de sus desarrollos tecnológicos, Monsanto avanzó en su guerra contra la sociedad, adquiriendo servicios en materia de inteligencia de Academic, el mayor ejercito de mercenarios del planeta. 

En el medio del conflicto impulsado por la Otan contra Siria en búsqueda de su petróleo, Rusia no solo apoyó a Siria frente a la injustificada amenaza de genocidio por parte de los Estados Unidos, sino que en el mismo día que le envió tropas para su apoyo, advirtió sobre un posible ataque a Estados Unidos con la exigencia de la desmantelación de Monsanto. 

La gran multinacional y la codicia Occidental imperialista por el petróleo y otras riquezas terminan por poner a la humanidad al borde de una “nueva” guerra mundial declarada. Son millones contra Monsanto, millones de personas, millones de vidas, a lo que la multinacional y algunas potencias mundiales responden con más transgénicos, glifosato y balas. 

Fueron millones las abejas que murieron en un colapso, que pudiendo o no ser consecuencia directa de los transgénicos de Monsanto, nos muestran cómo una especie puede rápidamente verse en riesgo en los tiempos modernos. 

La extinción de una especie como un colapso corto temporal, y no como una destrucción sistemática y prolongada, es un fenómeno que la humanidad no ha enfrentado ni tiene respuestas. Las nuevas tecnologías, la sociedad de consumo, los transgénicos, el petróleo, son caras nuevas de conflictos históricos que atraviesan a todos los pueblos. Esperemos que el colapso de las abejas no sea el ejemplo y posible preludio para humanidad. 
El Doctor Diego Muraca (*) es integrante del Instituto de Física Gleb Wataghin (Unicamp/Ifgw) y el Laboratorio de Materiais de Baxas Temperaturas (Lmbt). 

El autor agradece la revisión del manuscrito realizada por el Licenciado Santiago Albina (Radio Universidad, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina).

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