viernes, 20 de septiembre de 2013

Romance de Gato y Mancha

Pido a los santos del cielo
y a las musas de la tierra,
su ayuda en este momento
en que pulso el instrumento
para sacar del olvido
el recuerdo enternecido
de una hazaña portentosa.
Auxilien mi inspiración,
porque intento en la ocasión
rendir sincero homenaje
a un hombre, por su coraje,
y a sus fieles compañeros:
dos caballos, “GATO” y “MANCHA”.
El hombre era un gringo loco
que se le puso en el coco
allá por los años veinte,
la idea muy peregrina
de unir a nuestra Argentina
con los Estados Unidos
en un galope tendido.
Tanto anduvo con su idea
que encontró por fin apoyo
pues se topó con un criollo,
don EMILIO SOLANET
que lo tomó muy en serio
y le dio pa’ que eligiera
dos fletes de su tropilla.
Los bichos no eran de silla
sino recién agarraos
y pa’ ponerles recao
lo hicieron dudar al gringo
que con paciencia de indio
tanto y tanto los sobó,
que al final los enriendó
y demostrando su cancha,
los bautizó “GATO” y “MANCHA”
y pa’l Norte los rumbió.
Y un 25 de abril de mil nueve veinticinco
en Buenos Aires tomó
la Rural como partida.
Iba a jugarse la vida
pa’ demostrar, por orgullo,
por amor a los caballos,
el valor, la fortaleza
y el alma del flete criollo.
Dejemos a los amigos
caminando rumbo al Norte.
Detengamos el relato,
hagamos que nos importe,
y pensemos, en un rato,
como serían los lugares
y caminos que emprendían.
Imaginemos entonces
nuestros montes santiagueños
que todavía tenían
lo mejor de sus productos
cobijando en sus reductos
no sólo buena madera,
también eran sementera
de alimentos y manjares
que compensaba al que osare
desafiar a su peligros;
Dando comida y abrigo,
alivios del caminante,
y que sigan adelante
en busca de su destino
abriéndoles el camino
pa’ que cumplan con su hazaña.
Y el santiagueño acompaña
el andar de los amigos.
Todos quieren ser testigos,
participar de algún modo
un trecho aunque más no sea,
entrar en esa pelea
del hombre contra el ambiente
y demostrar que la gente
de este suelo centenario
comprende el abecedario
de la solidaridad,
que brinda hospitalidad
para todos los que llegan
y en esta oportunidad
no pudo haber sido menos,
recibiendo a los viajeros
con todo lo que tuvieron,
y cuando los despidieron
se iban un poco con ellos
aunque sea en pensamiento,
para tener alimento
a sus ganas de camino
porque parece el destino
de todos los santiagueños,
hacer realidad sus sueños
siempre lejos de sus pagos,
pero dejando en Santiago
toda su alma y sus cariños.
Y siguieron rumbo al Norte,
continuando con su marcha
noche a noche, día a día,
en una dura porfía,
sin importarles la escarcha,
el viento, calor o lluvia,
por las sierras de Bolivia
el Ecuador o Perú,
en donde casi se quedan,
pero pasaron la prueba
de aquel desierto infernal
terror de todo animal
y al que creo sin igual
en un lugar de la Tierra
y sus problemas detallo
llamado MATACABALLOS
por su gran temperatura,
más de 50 a la sombra
en caso de que la hubiera,
y era una linda carrera
160 kilómetros.
Si de día era imposible,
en una noche cruzaron
y entonces pronto llegaron
a tierras de Cartagena
en donde a muy duras penas
consiguieron un barquito
que los cruzó despacito
para el lao de Panamá
de donde siguieron viaje:
Costa Rica, Nicaragua,
El Salvador, Guatemala,
lugares donde pasaron
hasta que por fin llegaron
a la América del Norte
y a Méjico arribaron
en medio de algarabías,
mariachis los recibían
y fueron muchos jinetes
que apilándose en sus fletes
acompañaron su andar
hasta verlos penetrar
en las tierras de los gringos
y así, anduvieron los pingos,
tres años y cuatro meses
y de yapa cuatro días,
y fue con gran alegría
que a la Capital llegaron
y en Washington desmontaron
el 29 de Agosto
del novecientos veintiocho
y el gringo quedó tan chocho
que pronto pasó al olvido
lo que había recorrido:
veinticinco mil kilómetros,
toda clase de caminos,
pero fijando el destino
confiando en sus compañeros
sin bajarse del apero
hasta cumplir con la hazaña,
y después de recibir
homenajes merecidos,
volvieron a Buenos Aires
en donde se separaron
rumbos distintos tomaron,
el gringo volvió a sus pagos,
GATO y MANCHA a los halagos
del merecido descanso
en esa vieja querencia
aquella Estancia EL CARDAL
donde irían a pasar
todavía muchos años
visitados por extraños
asombrados por la hazaña,
pero también por el gringo
que extrañaba a los dos pingos
y cada tanto venía
para compartir con ellos
su renombre de escritor,
que alcanzó por el rigor
con el que narró aquel viaje
demostración del coraje
del hombre y del animal,
una hazaña sin igual
todavía no empardada
como la rima buscada
para nombrar, a esta altura,
a aquel gringo de mi cuento;
Que merece un monumento
y es el que le dejo aquí:
Se llamaba TSCHIFFELY (chfelí)
AIME FELIX era el nombre,
y nacido en SUIZA el hombre,
argentino de adopción
y con un gran corazón
que ser gaucho merecía
y así terminó sus días
en la vieja GRAN BRETAÑA,
mientras lejos de su hazaña
y en la Estancia de EL CARDAL
entremedio e’ sus iguales
estaban los animales
esperando su destino
que era tarde cuando vino,
porque demoró un buen rato,
pero al final MANCHA y GATO
también llegaron un día,
como llega mi relato,
recordando en la ocasión
que hoy están en un rincón
del Museo de Luján
expuestos a los que van
a conocer nuestra historia
y rescato su memoria
pensando de que al final
es motivo sin igual
para que el buen argentino
recupere aunque sea parte
del orgullo nacional.
Y de paso con el cuento,
los entretuve un buen rato
y aquí se acaba el relato
en que la historia narré
de un gringo, de MANCHA y GATO


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