sábado, 14 de septiembre de 2013

Mendoza está en cuarentena


Lobesia Botrana, ¿llegó para quedarse?. En dos años la “polilla de la vid” se expandió en las zonas productoras de mayor renombre comercial, como por ejemplo el Valle de Uco.
Muchos de los responsables de las grandes mortandades en el continente americano fueron emigrantes europeos. A la larga lista se sumó durante la década pasada la lobesia botrana, también conocida como “La polilla de la vid o del racimo”.
Se presume que esta plaga llegó al continente americano desde Europa. Se detectó primero en Chile en el 2008 y luego en California en el 2009.
De alguna manera este insecto se las ingenió para cruzar la cordillera de los Andes y llegar hasta los oasis productivos mendocinos, cuna de algunos de los mejores exponentes de la vitivinicultura de nuestro país. En febrero del 2010 se identificó y confirmó la presencia de lobesia botrana por primera vez en la Argentina. Al mes siguiente el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) dispuso la emergencia fitosanitaria. Desde entonces la plaga se expandió progresivamente por gran parte del territorio de Mendoza. A pesar de los esfuerzos de productores y bodegueros, así como también de distintos organismos provinciales y nacionales, la situación empeora.
De acuerdo con los datos difundidos por el Senasa, entre enero y mayo de este año los distritos afectados en la principal provincia vitícola crecieron un 41%, al pasar de 44 a 62. Esto es una clara muestra del potencial de dispersión que tiene la polilla y de la ardua tarea por delante para intentar erradicarla. En la región, los productores conocen lo que implica una cruzada de este tipo, ya que lo viven con la carpocapsa.
Pero, ¿por qué resulta prioritario detener el avance de la lobesia botrana?
Desde el INTA Alto Valle y el Centro de Desarrollo Vitícola Patagonia Norte explicaron que los daños dependen de qué generación se trate. En el caso de la primera, se ven afectados los botones florales y los frutos recién cuajados. Es por ello que para detectar su presencia se recomienda buscar flores y frutos unidos por sedas, dado que las larvas se refugian en el mismo y pueden empupar allí también.
Los daños más graves son producidos por la segunda y tercera generación de la polilla, cuando las larvas se alimentan de las bayas y ahí son evidentes las perforaciones en los granos.
Si bien la pérdida directa en la producción de uva puede considerarse poco significativa, los daños indirectos sí son muy graves.
En uvas de mesa, los daños se manifiestan por una pérdida de la calidad estética de la uva, depreciando el producto con un fuerte impacto en el margen bruto del negocio.
En el caso de la fruta que tiene como destino la elaboración de vino, las pérdidas indirectas son mayores por la merma en la calidad de la uva, que se traslada al producto industrializado.
Las larvas de segunda generación dañan las bayas verdes, lo que genera focos precoces de ataque de podredumbres fúngicas.
En tanto que las larvas de tercera generación se alimentan de los granos en envero y maduración. Las heridas y la aparición de hongos como Botrytis impactan sobre la calidad del vino, lo que altera aromas y sabores y provoca problemas en la clarificación y en la oxidación.
A lo anterior hay que añadirle el aumento de los costos operativos por hectárea derivados de llevar a cabo tareas de monitoreo y control. Asimismo, al tratarse de una plaga cuarentenaria se vuelve más dificultosa la exportación.
Para combatirla actualmente se realizan controles químicos (insecticidas), biológicos, de confusión sexual y trampeo con feromonas, y cultural (descortezado, quema del descortezado y poda y limpieza de herramientas y envases).
El primero de los métodos mencionados presenta una serie de limitaciones como son los problemas de residuos, el impacto sobre el medioambiente, las restricciones legales hacia ciertas materias activas, la toxicidad para enemigos naturales y la aparición de plagas secundarias.
Es vital que en la región se tome conciencia de la gravedad de esta amenaza y exista un compromiso de todos los que conforman la cadena vitivinícola. Precisamente los viñedos de la Patagonia se caracterizan, entre otras cosas, por sus excelentes condiciones de sanidad que hace que la producción de uva sea casi orgánica.
Se debe aprender de los errores que llevaron a que la lobesia ingresara a Mendoza, donde la misma todavía sigue expandiéndose a más de tres años de su detección.

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