domingo, 15 de septiembre de 2013

Las dos caras de la leche

En la semana se expresaron verdades opuestas sobre la realidad de la lechería nacional. Otra muestra de la falta de cohesión de una cadena que convive como puede, mirándose con desconfianza.

Ya lo tenía resuelto. Iba a editorializar sobre el papelón lechero de esta semana: Lo ocurrido en la vereda del Ministerio de Agricultura de la Nación, con la presencia una vaca overa asustada y un manojo de dirigentes por un lado; y la pantomima de la reunión armada a las apuradas al día siguiente con entidades acólitas, demostrando que estamos en el mejor de los mundos.
Me ganó de mano mi amigo José “Pepe” Iachetta, director de un medio especializado cordobés, quien escribió lo mismo que yo pensaba, mientras contemplaba la “catarata” de videos que nos enviaban por correo electrónico desde el área de prensa de la cartera agropecuaria.
El miércoles, los ruralistas denunciaban una crisis terminal, quebranto y el cierre de tres tambos diarios. El jueves, Danny Lorenzatti, de la Junta Intercooperativa de Productores lecheros los contradecía, afirmando sin ruborizarse que la si la lechería argentina atravesaba momentos complicados, gracias a la buena voluntad del gobierno nacional, la situación estaba mejorando.
Un día Eduardo Buzzi “derrapaba” comparando al ministro con un pato criollo. Al otro, el aparato de propaganda intentaba denostar la protesta y descalificar a sus organizadores.
Quienes andamos por los campos contando sus historias sabemos que en este tema (como en casi todos) no hay verdades absolutas. Pero que el estancamiento y la concentración productiva son palpables en cada tapera, en cada remate de animales Holando y en cada charla mano a mano con los productores. Ni hablar si podemos viajar al exterior y confirmarlo con vergüenza.
Cada vez me convenzo más. Si en la Argentina invirtiéramos las energías y recursos que malgastamos en destruirnos, detrás de un objetivo común, otra sería la historia -y el futuro- de nuestro país.
Tanto a “Pepe” como a muchos comunicadores, nos toca mantener “la cabeza fría y el corazón caliente”, como dice otro colega, Daniel Díaz. Ahí vamos, tratando de saber navegar detrás de la quimera de la objetividad, en un mar turbulento donde todos dicen una parte de la verdad.

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