sábado, 28 de septiembre de 2013

Estancamiento y retroceso de la ganadería en el noroeste patagónico

Por diversos motivos, los productores ganaderos neuquinos no consiguen el despegue necesario para ser abastecedores de un mercado demandante.

Según lo estimado por el vicepresidente de la Sociedad Rural del Neuquén en un reportaje publicado por este diario a mediados del 2012, el stock vacuno de la provincia no supera las 250.000 cabezas (1). Es una prueba más de la escasa incidencia del sector agrario –y de toda la Gran División 1 de las estadísticas sobre el producto bruto regional–, que a través de las últimas décadas sigue oscilando apenas en el 1% del valor total de la provincia.
Además, por tratarse en general de pastoreos extensivos y con mediocre aplicación de tecnología, la tasa de extracción promedio no supera el 18%, de modo que la producción anual apenas rondaría las 45.000 cabezas, con el agravante –en menos– de que una parte de los terneros o recrías nacidas dentro del territorio neuquino suele salir para su engorde y terminación hacia el norte de la Patagonia.
Casi 50 años han transcurrido desde que profesionales y técnicos del Consejo Federal de Inversiones para la Provincia del Neuquén realizaron un importante estudio sobre la margen derecha del río Agrio entre el curso de agua y las estribaciones cordilleranas, en un área de unas 250.000 hectáreas comprendida aproximadamente entre el arroyo Codihue, en cercanías de Las Lajas, y el Cajón de las Damas, en el departamento El Huecú.
Sobre la base de un detallado relevamiento de estas mesetas surcadas por varios arroyos de curso permanente se planteaba la posibilidad de regar subsuperficialmente con pequeñas obras de contención y sencillos canales y regueros de distribución, produciendo un cambio sustancial en las pasturas naturales que, en parcelas experimentales y también por la experiencia lograda por algunos propietarios-productores de la zona, multiplicarían la oferta y disponibilidad forrajera existente hasta siete veces.
Por entonces, estando como gobernador Juan Rosauer, se elaboró un programa ejecutivo de acción coordinado entre cuatro componentes: los propios productores, el INTA, el Banco de la Nación y el ministerio neuquino. Las bases eran la asistencia técnica, el financiamiento crediticio, la densificación de las obras de riego, la siembra de plantas forrajeras adaptadas, la subdivisión y apotreramiento de los campos, el pastoreo intensivo rotativo con alambre electrificado y el consiguiente aumento de la carga animal bovina.
El resultado esperado suponía por entonces superar el millón y medio de cabezas bovinas, aportar al autoabastecimiento de carnes del consumo regional y, eventualmente, proyectar la exportación hacia mercados trasandinos, dada la condición zonal de libre de aftosa. El golpe militar y el consiguiente cambio de gobernador (2) implicaron el aborto del proyecto.
La barrera sanitaria
Ya por ese entonces tomaba cuerpo la instrumentación de la barrera sanitaria (hoy llamada “Norte”), que precavía del contagio del virus de la aftosa hacia el sur del río Colorado.
El objetivo era preservar a la Patagonia como “zona libre de aftosa”, con miras a colocar esta región como potencialmente exportadora de carnes hacia países de alto poder adquisitivo y rígida exigencia sanitaria en la materia.
Ahora bien, salvo algunas esporádicas filtraciones de animales o carnes infectadas, ocurridas principalmente a través de contrabando ilegal por vadeo del río Colorado, a lo largo de las décadas transcurridas puede decirse que el efecto de preservación sanitaria de los rodeos australes fue logrado. La pregunta es, entonces: ¿por qué la región norte de la Patagonia, y en especial las zonas más favorecidas del Neuquén, no sólo no aumentaron su producción sino que apenas abastecen una mínima parte del consumo de carnes para la población local, que además ha crecido en número y calidad de vida en general? (3)
Engorde a corral
Esta técnica consiste en confinar el ganado en un recinto relativamente cerrado y suministrarle raciones más o menos balanceadas de forraje, partiendo desde terneros al destete o novillitos recriados. En parte, tiende a cubrir la merma inverno-primaveral en la disponibilidad de pastajes a campo y procura mantener la oferta para faena con mayor continuidad a lo largo del año.
En su mayoría, los corrales de engorde están asociados a las estancias que realizan la cría; esto es, a la disponibilidad de terneros o novillitos “propios”. Es evidente que están condicionados a la relación de precios del “input y output” de reses/costo del alimento, amortización de infraestructura y costo de la mayor mano de obra necesaria. Pero como la relación de demanda/oferta es muy alta en la región, el ganadero de la Patagonia norte resulta tentado de comercializar sus animales directamente para faena aunque no estén “terminados”.
En una economía normal sería dable esperar que, habiendo una demanda insatisfecha, tendiera a desarrollarse un aumento de la oferta; sin embargo, la escasez de capitales de inversión afecta a todos los productores primarios. Es que cuando hay inflación alta, como en la actualidad, hacer circular el capital lo más rápido posible prevalece sobre los criterios de “eficiencia en la terminación”. Entonces, quienes están más apremiados tratan de enviar a mercado sus pequeñas reses “con hueso” y hasta liquidar vacas y vaquillonas de reposición ya que, en términos relativos e inmediatos, tienen mejor precio “al gancho”.
Por añadidura, competir con los abastecedores pampeanos o bonaerenses siempre es difícil ya que ellos cuentan con un clima mucho más favorable y alta disponibilidad de pasturas y forrajes a lo largo del año: pueden terminar sus animales más rápido y con muy buen rinde y calidad.
Todavía debe advertirse que cualquier corral de engorde al sur del río Colorado sólo puede contar con terneros o novillitos nacidos y criados en la Patagonia, insumo que precisamente escasea y tiene alto precio por la alta demanda de carnes “con hueso”, poco satisfecha en la región. La prueba de estos asertos está en que la mayoría de los mataderos-frigoríficos sureños, salvo vacas de refugo o de “liquidación”, están faenando animales muy “livianos” que raramente alcanzan a los 300 kilos y, a veces, novillitos que ni siquiera llegan a los 200 kilos de peso vivo.
Causas del estancamiento
Como bien se ha dicho, para un correcto análisis deben diferenciarse, por un lado, las estancias más o menos organizadas –es decir de tamaño medio o grande y con infraestructura ganadera aceptable y afianzada tenencia legal de la tierra– y, por otro, los establecimientos medianos o de pequeños “crianceros”, casi siempre carentes de infraestructura básica (incluso alambrados), con baja aplicación de tecnología zootécnica y tenencia irregular de las tierras que ocupan (a menudo en trashumancia entre invernadas y veranadas). En esta nota nos ocuparemos de la primera situación.
Las principales causas que han impedido y hasta trabado el crecimiento de la producción bovina en las estancias más organizadas del noroeste patagónico son:
• Degradación de las pasturas y arbustales naturales por sobrepastoreo y/o mal manejo de las rotaciones de los cuadros y potreros
• Recurrentes ciclos de sequía, por debajo de los promedios anuales históricos de precipitaciones, asociados al aumento de escorrentías y cárcavas de erosión, también ligados al calentamiento global; en proporción: menos nieve, más lluvia y más evapotranspiración
• Falta de estímulos a la tecnificación ganadera y adopción de tecnología y desaparición del crédito bancario para inversión y capital de explotación. El “estímulo ganadero” fue un paliativo de regular impacto, pero ahora está suspendido. La mayoría de los ganaderos no cuenta con capital de inversión ni estímulos fiscales para la “retención de vientres” ni con recursos para instalar corrales de engorde para terminar sus propios terneros de cría.
Las cenizas del volcán Puyehue-cordón Caulle provocaron, por una parte, mortandad de animales y la abrupta caída de la disponibilidad forrajera y, por otra, en el caso de quienes pudieron afrontar el gasto, éxodo de animales hacia otras zonas no tan perjudicadas y, en algunos casos, fuera de la Patagonia.
La consecuente alza de precios, por la caída del stock, tentó a muchos estancieros más o menos apremiados por la situación de crisis a vender ya no sólo su producción regular sino vacas y vaquillonas de reposición y así perdieron capital reproductivo.
La relativamente reciente eliminación de la “barrera sur” (a la altura del paralelo 42°) implicó poner toda la Patagonia en el mismo estatus sanitario respecto de la aftosa. Por consiguiente, entró a jugar la demanda de los obreros y empleados petroleros e industriales de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, con salarios apreciablemente más altos que el resto, de modo que las góndolas de la Norpatagonia terminaron de vaciarse de carne bovina con hueso pues, por ejemplo, aquellos consumidores estuvieron –y están– en condiciones de pagar entre 100 y 120 pesos o más por el kilo de asado. Al decir de un sarcástico productor-matarife del Neuquén, “yo con esa demanda y ese precio les vendo las vacas y hasta los toros y me dedico a otra cosa”.
En el análisis “macro” no puede omitirse la situación nacional, donde la presión impositiva, las retenciones y el destrato hacia todos los sectores agrarios argentinos son manifiestos. Así, cada vez son más los kilos de carne, los litros de leche y los fardos de lana que hay que “poner sobre el mostrador” para llevar un rollo de alambre, cargar un tanque de gasoil, comprar un tractor o adquirir cualquier agroquímico. Además, hay que sumar las fuertes retenciones sobre el valor internacional de los commodities (entre ellos los productos ganaderos), de modo que nuestra región no escapa, ni mucho menos, al desbarajuste productivo nacional.
En una primera conclusión, puede observarse un caso paradojal, ya que la demanda es poco abastecida por la oferta regional, aunque ésta es suplida por la entrada de carne sin hueso ni vísceras desde las provincias norteñas.
Así, la ganadería vacuna neuquina queda enfrentada a un peligroso precipicio: continuar malvendiendo sus crías y reposiciones ante la sostenida demanda de carne con hueso, estancándose cada vez más por la tentación de vender hasta las hembras-madres, para finalmente desaparecer o quedar reducida a un “hobby” por algunos productores elegidos. Entretanto, la población consumidora sigue erogando crecientes fortunas hacia las provincias pampeanas para comprar carnes de las que en buena medida podría disponer en la propia región.
(1) La última (y retrasada) estadística publicada por la Dirección Provincial de Estadística y Censos menciona un stock de 145.000 cabezas bovinas para el 2002. Aplicando la misma mediocre tasa de extracción, implicaría una producción anual de tan sólo 26.100 cabezas, que de todas maneras no van en su totalidad a faena sino que buena parte son terneros o recrías que salen a invernar y luego son faenados fuera de la Patagonia.
(2) En la primavera de 1969
don Felipe Sapag fue restituido en su cargo por el presidente de facto de la Nación, el general Juan Carlos Onganía, en un histórico encuentro ocurrido en la Villa El Messidor.
(3) Se ha calculado que el abastecimiento local histórico de reses vacunas para consumo interno del Neuquén apenas ha rondado el 5% de la demanda provincial. Y en los últimos tiempos, a causa de la persistente sequía y de los efectos nocivos de las cenizas del volcán Puyehue, aun por debajo de esa proporción.
Ingeniero agrónomo Carlos A. Abadie

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