lunes, 8 de abril de 2013


El colapso del modelo incompleto en el país de la soja

 Tal vez sea una exageración decir que la que pasó es una década perdida. Pero después de los 194 muertos de Cromañón, de los 52 muertos del Sarmiento y de los 59 muertos que hasta anoche contabilizaban las inundaciones de Capital, el Gran Buenos Aires y La Plata con total seguridad se puede decir que [...]
 Tal vez sea una exageración decir que la que pasó es una década perdida. Pero después de los 194 muertos de Cromañón, de los 52 muertos del Sarmiento y de los 59 muertos que hasta anoche contabilizaban las inundaciones de Capital, el Gran Buenos Aires y La Plata con total seguridad se puede decir que los diez años recientes no son una década ganada, como lo acaba de anunciar la Presidenta en el Congreso. Ocho años de crecimiento a tasas superiores al 5 por ciento no sirvieron, al menos en términos de infraestructura, de urbanización y de salud, para alcanzar los estándares que se merecen los habitantes de un país que se autopromociona en vías de crecimiento.
Algo esta mal en la Argentina y es la asignación de los gastos. Los ingresos están. La soja llegó a valer más de 600 dólares la tonelada y todavía les cuesta 500 dólares a quienes nos la compran. Se exportan autos; se exporta acero y se exportan caramelos. Pero el crecimiento nunca se transformó en desarrollo. Los millones de dólares se van en la importación de energía y los millones de pesos se fueron en publicidad estatal, en fútbol televisado, en automovilismo callejero y en demasiados festivales que se pagaron inncesariamente caros. Se subsidió a los amigos empresarios de la obra pública, a los del transporte público, a los de la construcción, de los medios de comunicación y de la impresión de billetes, dispendio que probablemente termine en sanciones judiciales o en prisión.
Pero el modelo está colapsando por la base. El agua asesina de esta semana demostró que faltan desagües, que faltan cloacas y que fluyen los emprendimientos inmobiliarios para los que nadie prevé las demandas estructurales. El choque del Sarmiento nos mostró que faltan trenes, vías nuevas y tecnología, que es lo mismo que decir seguridad. El tránsito enloquecido de la Ciudad y el conurbano bonaerense demuestran cada mañana que faltan autopistas y rutas alternativas. La Argentina es el único país que vive su cuarto de hora de keynesianismo y no construye carreteras masivamente. Y el colmo de la expansión energética es que nos falta electricidad en verano y gas en invierno. Vivimos la paradoja de que el boom de ventas del sector sean los generadores eléctricos caseros. Todo porque la gente que puede pagarlo comienza a armarse la infraestructura que el Estado en definitiva no les provee.
Por eso no hay propagandas ni diarios ni discursos en cadena que puedan ocultar la decadencia cuando aparece la muerte. Los ahogados, los electrocutados, los aplastados de estas inundaciones trágicas que enlutaron al país adolescente constituyen el límite de un estilo político que toca fondo. Es lo que no entendían Cristina, ni Daniel Scioli, ni Alicia Kirchner cuando los hostilizaban en los barrios inundados ni lo entendía Mauricio Macri desde sus ruedas de prensa inmaculadas. Algo se cristalizó en esta Argentina anestesiada por los balances positivos de las empresas y el consumo sostenido en artificios y planes sociales. Nada será como era y afortunado el que sepa hacia donde soplan los nuevos vientos.

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