lunes, 21 de enero de 2013


La vitivinicultura rionegrina busca revertir la situación

Los principales instrumentos de cambio son la incorporación de tecnología en el campo y en las bodegas, acompañado de un proceso de reconversión de la estructura varietal.
La zona ha experimentado una profunda transformación en todo el sector vitivinícola que está en línea con lo ocurrido a nivel nacional e internacional. Sin embargo, existen marcadas diferencias entre la realidad que le toca vivir a Río Negro y la de Neuquén. Éstas tienen su origen principalmente en una cuestión de temporalidad y de financiamiento. A pesar de la larga tradición que caracteriza a la primera, no pudo readecuar su producción primaria –salvo algunas contadas excepciones– a las crecientes exigencias de un mercado cada vez más sofisticado y competitivo. En este sentido, en el acumulado hasta octubre del 2012 (último dato publicado por el INV) el 77% de los vinos que salieron de las bodegas rionegrinas fueron genéricos. En cambio, el 89,7% de los despachos al mercado interno de los establecimientos ubicados en territorio neuquino correspondió a vinos varietales.
Las estadísticas existentes sobre evolución de la cantidad de hectáreas y viñedos también evidencian el fracaso en la adaptación del sector a las nuevas demandas del mercado, que tal vez le hubiese permitido recuperarse más rápido.
Entre 1990 y el 2010 la superficie plantada cayó un 68% y los viñedos lo hicieron un 79% (de 1.316 a 272).
El bajo rendimiento por hectárea es otro dato que refleja el paulatino abandono que sufrieron las vides, que responde en parte a que todavía hay una cantidad de hectáreas de variedades de poco valor comercial y escasa calidad enológica. La suba de costos internos y los bajos precios de la uva ponen en duda la sustentabilidad de la producción de éstas en la actual vitivinicultura regional. Según el Diagnóstico Territorial 2011, elaborado por el Centro de Desarrollo Vitícola Patagonia Norte, el rendimiento promedio para los viñedos con uva para vinificar es de 8.000 kilos por hectárea en el caso de los productores primarios del Alto Valle y de 5.800 en el caso de los de Valle Medio e Inferior. Como ocurre con cualquier media aritmética, detrás del promedio se esconden cultivos que son eficientes, que han avanzado en la tecnificación del viñedo y que producen uva de gran calidad.
Este trabajo arroja también otros resultados que ayudan a comprender mejor la situación que atraviesa el sector. La edad promedio de los productores encuestados es de 57 años y apenas en el 26% de los emprendimientos hay continuidad por parte de hijos o nietos. Hay que recordar que esta característica se aplica también a la fruticultura.
En lo que respecta a la elaboración de vinos en Río Negro se destaca el hecho de que los genéricos representaron en los primeros diez meses del 2012 el 77% (1,89 millones de litros) del total de los despachos al mercado interno, aunque cabe señalar que este ratio registró un retroceso de 10 puntos porcentuales respecto del mismo período del 2005, cuando llegó al 88% (ver infografía). Esta situación es un indicativo, entre otras cosas, de que en la región existe todavía un porcentaje importante de cuadros donde las variedades están mezcladas.
Aquí la disparidad con Neuquén es abismal. En el acumulado hasta octubre del año pasado, casi el 90% de las ventas dentro del país fueron de vino varietal. En el 2005, cuando todavía no se había alcanzado la plena producción, la participación sobre el total de las salidas fue de casi el 70%.
Ahora bien, un vino genérico no es mejor ni peor que un varietal. La diferencia radica en que bajo la denominación del primero se encuadran los cortes, es decir, aquellos vinos en los cuales se usó más de una variedad de uva en su elaboración y entre los que se hallan excelentes exponentes que aprovechan lo mejor de cada una.
Las estadísticas publicadas por el Observatorio Vitivinícola Argentino dan cuenta de un crecimiento paulatino de los despachos de “otros” vinos en ambas jurisdicciones subnacionales, aunque éste es más marcado en el caso de Neuquén. Dentro de esta categoría la gran mayoría de las ventas corresponde a espumantes.
Un punto en común entre ambas provincias es la existencia de un grupo de bodegas relativamente nuevas (en el caso de Río Negro son muy pocas), que cuentan con equipamiento moderno y productos de alta calidad y tienen un fuerte sesgo exportador. El crecimiento de las mismas fue favorecido por un contexto externo de buenos precios y mercados dispuestos a recibir los vinos del Nuevo Mundo. A esto se le sumó una estructura de costos internos bajos y un tipo de cambio alto que estimulaba las ventas externas. Este combo de factores se tradujo en la alta rentabilidad de que gozó la industria, al menos hasta el 2009.
Cambio de tendencia
De acuerdo con la información de los últimos censos realizados por el INV, entre 1990 y el 2000 la superficie plantada disminuyó un 51% en la región: de 5.538 pasó a 2.723 hectáreas. Esta tendencia se revirtió en la década siguiente, durante la cual se registró una expansión del 24,6% en la superficie cultivada de vides.
Este proceso de recuperación fue liderado exclusivamente por Neuquén a partir de la constitución del polo vitícola en la zona de San Patricio del Chañar y Añelo, que significó que esta provincia multiplicara por nueve la superficie destinada al cultivo de vid. De un total de 1.982 hectáreas que se implantaron en las provincias de Neuquén y Río Negro entre el 2000 y el 2009, el 80% correspondió a la primera (éste es el último dato oficial disponible debido a que no hay obligación de declarar nuevos viñedos hasta que lleguen a los tres años).
El período de mayor crecimiento en esta última se registró entre el 2001 y el 2004, cuando se incorporaron 1.208 hectáreas.
En el mismo período, en Río Negro se plantaron 197 hectáreas, aunque más del 70% correspondió al bienio 2003/04. En los años posteriores tampoco se produjo una variación significativa dado que se registraron 75 nuevas hectáreas, según datos del INV. No obstante, simultáneamente creció la superficie implantada con variedades con mayor potencial enológico y aceptación en el mercado, fundamentalmente malbec. Esto deja al descubierto el cambio positivo en la estructura varietal, lo cual se considera una de las bases sobre las cuales apoyar el resurgimiento de la vitivinicultura rionegrina.
Reconversión
Los números referidos a la evolución de la superficie cultivada muestran claramente que en Río Negro la vitivinicultura fue en la dirección opuesta a la que tomó el sector en Neuquén.
La dinámica observada en esta jurisdicción se debió a dos factores principales. El primero de ellos tiene relación con el momento en el cual se radicaron las grandes bodegas en nuevas zonas productivas desde fines de la década del 90. De ahí la explosión en el número de hectáreas plantadas con variedades de alta calidad enológica, acordes con los cambios que se estaban dando en el mercado. El segundo, en tanto, se refiere a la disponibilidad de financiamiento barato. Como es de público conocimiento, aquí jugaron un rol crucial los “créditos blandos” otorgados oportunamente por el Instituto Autárquico de Desarrollo Productivo (Iadep) de la Provincia del Neuquén. Más allá del debate sobre su transparencia, las condiciones de los préstamos y la devolución de los mismos, lo cierto es que al menos hubo una decisión política para el desarrollo productivo. En otras palabras, la contracara de lo ocurrido en la vecina provincia de Río Negro, donde prácticamente se abandonó a la actividad.
No obstante la ausencia por parte del gobierno provincial y la brusca reducción de superficie, aquellos que lograron sobrevivir a las sucesivas crisis optaron por erradicar montes de variedades con escasa aptitud enológica y reemplazarlos por otras de mejor adaptación a las condiciones de suelo y clima de nuestra región para poder obtener fruta de alta complejidad.
Mirando hacia adelante, no cabría esperar un incremento de la superficie plantada sino más bien una profundización del proceso de reconversión e incorporación de tecnología en el campo para recuperar los niveles de rendimiento. Precisamente este último aspecto representa una de las principales diferencias con las explotaciones de Neuquén, en especial con las ubicadas en San Patricio del Chañar y Añelo.
Rendimiento
La baja productividad de los cultivos en Río Negro es una variable que denota el decaimiento general del sector, la falta de tecnología, la preeminencia de variedades no comerciales, es decir, de poco valor en el mercado; una nula o lenta adaptación a los cambios ocurridos en “el negocio del vino” en los últimos 20 años y, por último, la falta de apoyo del gobierno a través de la implementación de políticas públicas.
Según surge del Diagnóstico Territorial 2011, elaborado por el Centro de Desarrollo Vitícola Patagonia Norte, los rendimientos promedios para los productores primarios no superan los ocho quintales por hectárea. Cabe aclarar que el referido estudio no contempla el universo de los integrantes del sector sino que es un relevamiento sobre una muestra de 109 productores vitícolas y 26 bodegas de Río Negro y Neuquén, lo cual no invalida las conclusiones a las que se arriba.
El citado trabajo identifica como factores determinantes para la baja productividad “las heladas tardías, fallas y el pobre estado nutricional del viñedo”.

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