sábado, 15 de diciembre de 2012


Preparados, listos... ¡ya!







En el sur de Córdoba, los Bossio evolucionan sin prisa y sin pausa. De 100% ganaderos pasaron a un mix con mucha agricultura. Un cambio para conocer.

En el sur cordobés, casi en el límite con La Pampa, la familia Bossio le encontró la vuelta a un suelo muy arenoso y logró aumentar su productividad en ganadería y en agricultura a partir de una mejor rotación de cultivos, un mayor aprovechamiento de las pasturas y la suplementación de la hacienda con sus propios granos.
Clarín Rural conversó con ellos y recorrió un campo que sirve como un fiel reflejo de la evolución que tuvieron los sistemas productivos argentinos en los últimos 30 o 40 años: la intensificación e integración de la ganadería y la agricultura a partir del conocimiento, el manejo y la tecnología.
Juan Carlos Bossio llegó junto a su padre al establecimiento La Perla en el año 1954. En aquel entonces, este campo de 350 hectáreas de la localidad de Huinca Renancó, en el partido de General Roca, era casi puramente ganadero. Solo el 25% de la superficie era agrícola: se hacía girasol, sorgo y algo de maíz. Tenían 650 cabezas con las que hacían una invernada larga, de 24 meses, prácticamente sin alfalfa.
En 1978 los Bossio comenzaron a trabajar junto al INTA, y el esquema productivo empezó a transformarse. “Comenzamos a sembrar alfalfas, cuidarlas contra plagas y malezas, poner en práctica el pastoreo rotativo, y tras aproximadamente dos años nos pasamos a una invernada corta de doce meses”, resume Bossio con ritmo pausado y mate en mano. Esa invernada corta consistía en comprar terneros de 180 kilos en abril y venderlos al año siguiente con 380-400 kilos. El engorde se hacía con alfalfa pura y verdeos de invierno como avena, centeno y triticale.
Entrados los 90, comenzaron a hacer suplementación estratégica, con lo que mejoraron notablemente la eficiencia de la invernada. “Teníamos mejor punto de terminación, era un poco más rápida y más segura”, explica el productor. La rotación agrícola de aquel entonces -agrega- consistía en “romper” una alfalfa con una avena, sobre la cual hacían sorgo granífero. Luego del sorgo sembraban centeno, sobre el centeno hacían girasol y finalmente volvían a la alfalfa. Eran tres años de cultivos y cinco de alfalfas. “Al principio, las alfalfas eran grupos cuatro o cinco, y después pasamos a ciclos más largos: grupos ocho. Hoy también estamos con grupos diez”, dice Bossio.
Actualmente, con Carlos y Jorge Mario, hijos de Juan Carlos, incorporados al equipo, los Bossio manejan otros dos campos, además de La Perla. Uno de ellos está en San Luis, donde hacen cría con 350 madres. En el otro, muy cerca de La Perla, hacen parte de la invernada. En total, manejan alrededor de 1.000 cabezas, pero tomando en cuenta solamente al establecimiento original, la cantidad de cabezas disminuyó. De las 650 iniciales, hoy bajaron a 430, pero la productividad aumentó. Hoy, este establecimiento sirve como modelo para muchos productores de la zona y alberga jornadas técnicas, como la que realizó allí el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna (Ipcva) hace pocos días.
La agricultura, al ritmo de los precios internacionales de los granos, pasó a ocupar más del 60% del campo, y se integró con la ganadería para hacerla más eficiente. Los Bossio incorporaron al campo un sistema de corrales en los que se hace una recría a base de silo y granos cuando los terneros llegan al campo. Ya no hacen verdeos de invierno: estos fueron reemplazados por los silos de sorgo y de maíz. Luego, la hacienda sale a las pasturas pero se les mantiene una suplementación estratégica con grano de sorgo partido, equivalente al 0,5% del peso vivo. Finalmente, los animales que lo necesitan vuelven a los corrales para hacer la terminación con dieta de feedlot. Los novillos salen terminados cerca de los 430 kilos.
“La invernada es de alta producción, mestiza, de buena calidad. Generalmente se compran en la provincia de Buenos Aires. Los animales alcanzan los 812 gramos de aumento de peso diario, es decir, una eficiencia alta. Tenemos 3,23 cabezas por hectárea ganadera y, en alfalfa, 4,66 cabezas. Eso nos permite comer las pasturas con muy poca floración”, dice Bossio.
Su hijo Carlos es el encargado de la parte agrícola de la empresa, además de manejar varios campos de la zona, y conoce bien las particularidades del ambiente. “Estos son suelos arenosos, no retienen el agua. Pero este año venimos teniendo muy buenas lluvias, por lo que esperamos rindes altos”, explica. La rotación que hacen es alfalfa/soja/sorgo/maíz/maní.
El girasol perdió su lugar hace ya unos cuatro años por la incontrolable presencia de palomas. El maní, por su parte, llegó a la zona hace algunos años para quedarse y obligó a los productores a adaptar sus esquemas productivos. En el campo de los Bossio es un tercero el que realiza ese cultivo, pero Carlos se ocupa de que se haga dentro de un sistema sustentable..
). “Una de las claves que incorporamos en los últimos tiempos es la implantación de cultivos de cobertura, para que los campos no queden desnudos en el invierno. El centeno es el cultivo que mejor cumple esa función, porque desarrolla una gran masa biológica en una ventana más corta”, explica. Antes de que el centeno comience el llenado de granos, lo queman, y sobre esa cobertura siembran la soja.
El centeno aporta 2.215 kilos de materia seca por hectárea, algo de lo que la soja saca provecho. Los suelos de La Perla tienen alta disponibilidad de fósforo, y las alfalfas logran rendimientos de 14.150 kilos de materia seca por hectárea con un costo relativamente bajo. El sorgo, por su parte, arroja rindes de 7.000 kilos por hectárea, al igual que el maíz, aunque el segundo es un cultivo mucho más inestable. “En el futuro vamos a intentar sumar más gramíneas a la rotación”, dice Carlos mientras camina sobre un lote con cobertura de centeno listo para recibir a la soja.
“Buscamos un sistema mixto cada vez más rentable y más sustentable”, resume.
De esta manera, sin prisa pero sin pausa, los Bossio siguen adaptando su esquema para que las actividades productivas se integren positivamente. Se trata de un camino, inevitable, en el que se encuentra la gran mayoría de los productores argentinos.

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