jueves, 4 de octubre de 2012

Los desafíos de tener un chip en una sola semilla

En el pasado, la competitividad del agro argentino dependía en gran medida de sus vastos y favorables recursos naturales. Esta situación fue cambiando gradualmente y el siglo XXI nos encuentra de lleno construyendo una competitividad sustentable basada en el conocimiento, la tecnología y la innovación organizacional, donde se articulan el esfuerzo público con el privado para generar transformaciones profundas en las prácticas productivas y en las cadenas de valor de la agroindustria.
El debate sobre la nueva ley de semillas y el cobro de derechos de propiedad intelectual sobre patentes de biotecnología se dan en el contexto de la reinvención permanente de esta competitividad de largo plazo que nos inserta en un mundo cada vez más interconectado no sólo como un gran proveedor de alimentos y biocombustibles sino también como un generador de tecnología y conocimiento.
La construcción de una visión estratégica colectiva hace necesario el debate sobre temas álgidos como el uso propio no oneroso de la semilla, definición del pequeño y mediano productor, la rotación de cultivos para evitar las consecuencias del monocultivo de soja, arrendamiento accidental, entre otros puntos. No hay que evadir esta discusión sino profundizarla para fortalecer la estrategia de crecimiento de uno de los sectores más dinámicos de la economía argentina.
Hoy, las semillas autógamas están en el centro de la escena, pero, como siempre, la soja está en el ojo de la tormenta. Su mercado, en particular, está evolucionando gradualmente hacia una combinación de tecnologías que permiten tener en una sola semilla el equivalente a un chip de computadora. La combinación de germoplasma de última generación, inoculante larga vida, micronutrientes, insecticidas, fungicidas, eventos de tolerancia a sequía, salinidad, resistencia a insectos y herbicidas, mejora en absorción de nutrientes y polímeros protectores, entre otras tantas cosas, nos va a llevar progresivamente a un aumento en la productividad del sector, vía reducción de costos, aumento de rendimiento y expansión de la frontera agrícola.
Cálculos preliminares indican que esta mejora en la producción se traducirá, según el grado de adopción tecnológica, en unos 10 millones de toneladas más de soja, que a valores actuales representan u$s 6.000 millones de dólares adicionales para el país. Esta semilla, altamente sofisticada, requiere de instalaciones especiales y no puede producirse a campo.
Para fines de esta década se estima un mercado de semilla de soja de unos u$s 1.200 millones, dependiendo del grado de adopción tecnológica. El costo de este paquete se calcula teniendo en cuenta una tasa mínima de retorno de 3 x 1 que marcan las encuestas de mercado como requerida por el productor para recuperar la inversión.
Un desarrollo tecnológico de esta naturaleza implicará un cambio enorme en el mercado de semillas que no puede replicarse con el uso propio.
Más allá de estos cuestionamientos, esta permanente difusión de tecnología no sólo genera mayor flexibilidad productiva sino que además contribuye a potenciar las economías de los pueblos del interior, aumentando el empleo y fomentando la construcción de capital social.
(*) El autor es CEO del Grupo Los Grobo

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