jueves, 4 de octubre de 2012


Las preguntas que no tuvieron respuestas

A sólo un mes de ingresar a la universidad de Harvard para estudiar una maestría en políticas públicas, se nos presentó la oportunidad de participar en un foro con la presidenta Cristina Kirchner. Con varios amigos lo consideramos una increíble posibilidad de escuchar, en una gran universidad de Estados Unidos, a la jefa del Estado. [...]
A sólo un mes de ingresar a la universidad de Harvard para estudiar una maestría en políticas públicas, se nos presentó la oportunidad de participar en un foro con la presidenta Cristina Kirchner. Con varios amigos lo consideramos una increíble posibilidad de escuchar, en una gran universidad de Estados Unidos, a la jefa del Estado.
Si bien algunos consideramos positivos los primeros años del kirchnerismo, cuando el gobierno contribuyó a recuperar el crecimiento económico, revalorizó el capital nacional, se desprendió de innecesarias presiones internacionales y buscó mayores alianzas políticas y económicas en la región, en los últimos años caímos en la desilusión de un gobierno cada vez más autocrático, que limita las libertades económicas, individuales y de expresión, se pelea con antiguos amigos y nuevos enemigos doméstica e internacionalmente, y todo esto dentro de un clima de tensión y opresión que mi generación, que creció en democracia, nunca había vivido.
Con esta combinación de emociones y pensamientos nos registramos en la conferencia del jueves que lamentablemente confirmó lo que esperábamos, y fue el comentario generalizado entre los estudiantes desde ese jueves a la noche aquí en Boston. El Gobierno no asume la diversidad de ideas y la crítica como elementos de la vida democrática. Durante los primeros minutos, mientras la conferencia consistió en una exposición sobre los logros de la administración Fernández de Kirchner, pudimos observar a una presidenta segura, fluida en su oratoria y consistente en la argumentación de su visión.
Sin embargo, en la audiencia percibimos intolerancia, una actitud ofensiva y hasta fastidio, cuando desde las preguntas tratábamos de entrar en temas que algunos vivimos, a otros les contaron y la mayoría vienen leyendo sobre la situación en Argentina. En los últimos meses Harvard recibió visitas de más de cinco presidentes, decenas de ministros y representantes y funcionarios de más de quince países. A todos se les hicieron preguntas difíciles, complicadas y que no tenían que ver con su discurso, y ninguno de ellos ofendió o trató a los estudiantes de forma condescendiente. Hubo miradas de sorpresa en todo el auditorio cuando la Presidenta catalogó de “chiquito” o “compañerito” a algunos de los estudiantes, así como también cuando sostuvo que “no estábamos en La Matanza, estábamos en Harvard”. 
Este último comentario reviste una gravedad mayor, en primer lugar porque dejó confundidos a la mitad de los estudiantes, que poco sabían de la geografía argentina y que, probablemente, estarían más confundidos aun si supieran que la mayoría de los votantes de ese distrito ofendido por la Presidenta votaron por ella históricamente. Y en segundo lugar porque si la Universidad de La Matanza tiene cosas que mejorar es responsabilidad de esta Presidenta, con lo cual o bien hubo un mea culpa subliminal o bien hubo un deslinde de sus responsabilidades.
En mis últimos años en la Argentina me pareció que faltaban espacios de debate sobre la gestión del Gobierno. Por eso, para muchos argentinos que estuvimos en el auditorio, la expectativa por sus respuestas era grande. Pero otra vez la Presidenta nos decepcionó. Desde el jueves muchos de los que participamos seguimos debatiendo acerca de sus comentarios. Y un hecho surge como conclusión tras ver las repercusiones que tuvo la conferencia en la Argentina. No éramos 10 estudiantes de Harvard los que queríamos escuchar a la Presidenta, era un país el que esperaba respuestas, y el país se quedó esperando.
El autor es un alumno argentino de Harvard y ex funcionario de Pro

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