miércoles, 22 de agosto de 2012

“A la soja hay que ponerle todo”



Ricardo Yapur, presidente de Rizobacter, que recibió esta semana la Medalla Phelps a la innovación entregada por el premio Nobel de Economía Edmund Phelps, cree que no debe frenarse la inversión en tecnología.
En 1977, Miguel Harnan, un irlandés recibido de agrónomo en la UBA y con un máster en la Universidad de Mississippi, se puso a producir inoculantes para leguminosas a base de turba con una fermentadora de 25 litros en un garaje de Pergamino, el Iowa argentino, parafraseando un trabajo de aquellos años del economista Guillermo Flichman. Trabajaba con Rhizobium , una especie de bacterias que, por fijación simbiótica, permiten a las leguminosas aprovechar el nitrógeno del aire, y así hacerse de un nutriente esencial para el desarrollo de la planta. Fue el germen de Rizobacter, actualmente la mayor empresa de inoculantes de capital argentino y una de las dos líderes del mercado local, que es el mayor del mundo.
En aquel tiempo, si bien el área de soja en la Argentina crecía exponencialmente (tras el impulso que le había dado a fin de los 50 el agrónomo Ramón Agrasar y luego el secretario de Agricultura de la tercera presidencia de Perón, Armando Palau), el hoy principalísimo cultivo de la Argentina no les pisaba los talones al trigo, al maíz, al girasol, al sorgo ni al centeno, y apenas se arrimaba en superficie al declinante lino. Hoy, los rendimientos se han duplicado y la producción se ha multiplicado por 25. Y el país se ha convertido en el tercer productor mundial de soja, y el primer exportador de su harina, de su aceite y del biodiésel que se produce con él.
Aunque al principio Harnan había apuntado a otros cultivos, como alfalfa, enseguida la investigación se enfocó en soja. “Rizobacter siempre supo ver hacia dónde iba el mercado”, dice Ricardo Yapur, hoy presidente de la empresa, a la que se sumó hace 32 años, junto a Jorge Mac Mullen y Enrique Ripoll, y que el lunes pasado recibió la Medalla Phelps a la Innovación 2012. La distinción, que antes obtuvieron sólo las compañías argentinas La Dulce Cooperativa de Seguros y Bioceres, le fue entregada en la Facultad de Derecho de la UBA por el Nobel de Economía Edmund Phelps.
Para Rizobacter, que con casi 300 personas hoy es el mayor empleador privado de Pergamino, la innovación pasa por investigaciones de punta acerca de las relaciones entre bacterias y leguminosas. Yapur destaca tres desarrollos microbiológicos recientes en esta línea. Uno es una tecnología, denominada osmoprotectora, que permite un mejor comportamiento de los inoculantes frente a diversos estreses abióticos que soportan las bacterias sobre la superficie de la semilla, a la que se llegó estudiando aspectos fisiológicos y morfológicos de las bacterias. Otro es un inoculante de larga vida, lanzado mediante un acuerdo con el semillero europeo Syngenta: “Mientras que antes había que inocular y salir a sembrar, con Plenus logramos alargar a 70 días la vida útil de la semilla tratada junto a fungicidas e insecticidas”.
Por último, otra línea de investigación se enfocó en el sistema de comunicación entre la bacteria y la planta y dio lugar a un bioinductor, Signum, que a través de tres tipos de señales potencia las bacterias para mejorar su diálogo con la planta, lo que acelera la nodulación y la fijación de nitrógeno, y así mejora su desarrollo y resistencia.
Según Yapur, en la Argentina se inocula más del 90% de la superficie de soja, lo que implica un mercado de unos 25 millones de dosis, abastecido por productos que van de los US$ 2 a los US$ 7 por dosis. En valor, alcanza los US$ 70 o 75 millones, lo que lo vuelve no sólo el mayor del mundo, sino también el más rentable. “En Estados Unidos se inocula sólo el 30 o 40%, porque se rota con mucho maíz con muchísimo fertilizante. En Brasil se inocula cerca del 60%, pero obligaban a los productores y no hubo mucha competencia.” Rizobacter lidera las ventas cabeza a cabeza con Nitragin -recientemente comprada por la danesa Novozymes-, y entre ambas se quedan con el 60% del negocio. Les sigue la firma local Biagro, con una participación cercana al 15%, y luego una treintena de empresas menores.
En el ejercicio anual que acaba de cerrar en junio, Rizobacter facturó US$ 60 millones, casi tres veces más que hace cuatro años. Según Yapur, de los dividendos, un tercio se reinvierte en investigación y desarrollo, otro se va en impuesto a las ganancias y el restante lo retiran los accionistas.
Fabrica también otros productos, como curasemillas, tensioactivos y molusquicidas, que proveen el otro 50% de la facturación. Tiene filiales propias en Brasil y Paraguay, donde muchas veces hace sinergia con pools argentinos, que siembran allá desde hace una década. Además exporta a 20 países que le generan alrededor del 15% de la facturación, un porcentaje que buscan duplicar en tres años. Este año, Sudáfrica, Nigeria y Kenya representaron el 25% de sus despachos al exterior, y obtuvo en Estados Unidos la certificación de su marca.
Sin miedo a que la seca que le pegó a la gruesa la campaña pasada afecte sus ventas (“con la soja a $ 1800 la tonelada, hay que ponerle todo lo que hay que ponerle”, resume), ni a que las circunstancias actuales provoquen una mayor siembra de maíz en detrimento de la soja (“todo lo contrario, la agricultura tiene que ser sustentable”), para Yapur los próximos pasos en investigación van por dos vías: lograr incrementar la supervivencia de inoculantes en las semillas a 120 días, lo que les permitiría una expansión sustantiva en Brasil, donde el mercado se maneja a través de pocos semilleros muy grandes, que envían 3 o 4 millones de bolsas a distancias muy lejanas, y mejorar más la comunicación entre las bacterias y las semillas.

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